viernes, 2 de junio de 2017

SOBRE LA FRUICIÓN POÉTICA I




 

El otro día tenía la radio puesta y entrevistaban a alguien que, entre otras cosas, había publicado un libro de poesía. De buenas a primeras, el entrevistador le espetó con la frasecita que ya se ha convertido en un tópico sobre el tema, para que la comentara: La poesía sólo la leen los poetas. Yo creo que a quien ideó o se le ocurrió la frase debieron aletearles las orejas como a Dumbo, y de creerse tan inteligente, llegaría al techo de puro gusto. La frasecica pretende acusar a la poesía actual de ininteligibilidad, de ser un discurso hermetizante, cerrado sobre sí mismo y ajeno al interés del público, y por lo tanto, carente de interés. Pienso yo que al inventor de la frase no sé si también le parecerá ininteligible e impopular la poesía metafísica inglesa del siglo XVII, o la obra de Góngora, o la de Mallarmé, importantes jalones de la historia de la literatura. Pienso yo que por qué no aplica su genial frase a la pintura, a la novelística, al cine e incluso a la filosofía moderna, pues me parece que ostentan parecidos y complicaditos semblantes. Pero no está ahí la historia. El que inventó la frasecica demuestra una torpeza de fondo porque podemos invertir la dirección de su acusación y decir que es la sociedad y la realidad de todos los días lo que se ha vuelto ininteligible y que la poesía no hace otra cosa que reflejar tal estado de cosas. Así de simple y de contundente. Y si la poesía carece de interés para el público en general es porque no hay poeta que  la cante (a esa sociedad). El devenir social imposibilita un vínculo transparente entre sociedad y poeta: este ha sido expulsado de aquella por el orden de prioridades sociales, económicas y conceptuales. Y a pesar de todo, el poeta sigue descubriendo belleza y significado a través de todo lo que ocurre y es. El que los críticos, hacedores de frasecicas, no sepan percibir los márgenes de esos acontecimientos densos y fugaces que el poeta sigue advirtiendo, no es culpa, desde luego, de este sino de las impericias prejuiciosas que salen al aire cuando creemos haber despachado algo delicado con una ocurrencia aparentemente incisiva. 

Acuso yo a la frase de pedantería y necedad, de carencia de audacia y chulería tonta.

 

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