martes, 22 de noviembre de 2022

REDESCUBRIMIENTO DE KARLHEINZ STOCKHAUSEN




Hacía bastante tiempo que no escuchaba música de Stockhausen ni frecuentaba al personaje. Ayer, por una casualidad, di en las redes con videos musicales de obras suyas que no conocía y el zurriagazo que experimenté, el fogonazo que me atravesó rememoró en mis recuerdos la indiscutible imagen del genio con la que me cautivó cuando lo descubrí hace cuarenta años. Es curioso comprobar cómo funciona la intuición. Ya no logro distinguir con precisión si primero descubrí a Stockhausen en las enciclopedias, en los libros, me fascinó y esa fascinación se corroboró al escucharlo por Radio Clásica, allá por 1979 ó 1980, o fue al revés: primero escuché la música mágica de un tal Stockhausen y después lo busqué con ansiedad en las enciclopedias. La cuestión es que la imagen del músico y su música, producen uno de los mayores efectos de fascinación de la música moderna culta y del mundo de las obras artísticas, en general.

Stockhausen es el iluminado por los dioses cósmicos, el mago de las sonoridades salvajes, el alquimista de los sonidos interespaciales, uno de los últimos y más grandes genios que ha dado Occidente.

Con Stockhausen no hay término medio: o viajas con él, o te dejas arrebatar por los mundos vertiginosos que ha creado o contémplalo desde lejos con sorpresa o incluso con aturdimiento o repulsión.

Redescubrir, más o menos, ayer tarde a Stockhausen me alegró, me llenó de vitalidad luminosa el fin del día, abrió un margen a la libertad creadora, me aseguró en la idea de que cuando se presenta la posibilidad de experimentar productivamente, el hombre debe lanzarse y explotar todas esas posibilidades a la conquista de mundos y espacios nuevos e insólitos.

Recuerdo con qué ilusión encantada escuchaba las obras electrónicas del artista alemán que de vez en cuando, sorpresivamente, se emitían por Radio Clásica en aquellos años de adolescencia y descubrimientos continuos.

Naturalmente que escuchaba otros tipos de música y me gustaban otros músicos, pero Stockhausen era especial, estaba nimbado por un aura poderosa, tocado por las musas galácticas, era el más alto predistigitador del sonido del futuro.

Ahora bien, el paso del tiempo que todo lo va metamorfoseando, también ha añadido y restado matices no tanto a la personalidad del compositor como a la calidad de recepción personal de sus obras. Quiero decir: ¿por qué en aquella algo lejana ya adolescencia las obras de Stockhausen me eran totalmente inteligibles hasta el punto que podía silbar largos pasajes de las mismas, y luego, con el paso de los años, aquella magia descendió al ir descubriendo que salvo aquellas obras que conocí en la juventud, el resto de la casi totalidad de sus obras que escuché después, ya no me impresionaron tanto y apenas si me gustaron ya?

Alguien me dirá que, naturalmente, la clave reside en mí, que es puramente psicológica, que tiene que ver con los márgenes de expectación saturados de mi persona y las capacidades de la memoria.

La cuestión es que ayer casi me remonté a los grados de revelación de aquellos años y me convencí, tras algunas consideraciones relativas, que la obra musical de Stockhausen es una fulguración sonora que nos lleva a otros mundos y que como tal experiencia se presenta como un reto a la interpretación estética y a la sensibilidad individual.   

    

 


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