lunes, 10 de junio de 2024

IMAGEN NUEVA, MUNDO RENOVADO



 

El otro día mi hermano, gracias a una de esas carambolas que propician las redes, se encontró, en la página de facebook del Colegio Jesús María de Orihuela con una foto que no conocíamos de nuestra madre. En dicho colegio trabajó ella como docente a fines de los cincuenta y principios de los sesenta.

El impacto que me produjo la foto me llevó a analizarlo horas después, pues no se trató de la típica sensación melancólica que nace al contemplar una imagen de un pariente tuyo ya fallecido, envuelto en las neblinas del pasado. La sorpresa que supuso el descubrimiento de esta imagen venía acompañada de una extrañeza cuya infrecuencia me estimuló a que investigara de qué tipo de extrañeza se trataba, independientemente de la novedad de la imagen.

Hace ya tiempo que vengo puliendo y examinando los detales de esta idea: nadie ha vivido en el pasado tal y como nosotros lo imaginamos. El mundo entero no ha vivido sino en el presente que le tocó en suerte. Todas esas imágenes o interpretaciones del pasado como algo triste, lento, exento de alegría o tecnología, son eso, figuraciones nuestras más o menos literarias realizadas desde nuestro cómodo ahora, rodeado de confort y estereotipos sobre mil asuntos.  

Saber ver esto, desprenderse de los prejuicios sobre las características melodramáticas del pasado, incluso del más cercano a nuestro tiempo, es importante para definir el tipo de extrañeza que experimenté al ver la imagen de mi madre, rodeada de alguna de sus alumnas.

Para ser lo más directo y transparente, diré que lo primero que sentí al ver la imagen fue algo así como si mi madre estuviese dando clases todavía en alguna plataforma astral, en algún lugar del tiempo. No experimenté melancolía, sólo cierta emoción al ver a mi madre desaparecida. El ambiente de la foto es positivo, festejador. La profesora posa feliz con sus alumnas bajo una portería de balonmano, deporte en el que mi madre participó numerosas veces como árbitro.

En la imagen no percibí decadencia sino una insólita actualidad: la de mi madre trabajando, activa y soberana en su ambiente.

Contemplada de este modo, esta imagen produce cierta esperanza…

Es verdad que hay grados de profundización en el estudio de una imagen, y que la pertenencia al pasado de esta, en concreto, la arroja a un tiempo que ya se ha distanciado definitivamente. ¿Pero, tan así, tan definitivamente? La imagen reproduce un momento y ese momento como tal, como un corto espacio de tiempo vivido con felicidad, es ya irrompible. Así lo vivió mi madre y con toda seguridad las alumnas que aparecen junto a ella. Por ello, la decadencia, la sensación de fin o de acabamiento, no existe en la imagen ni en el momento en que tal imagen fue tomada. Las percepciones negativas se las añadimos nosotros desde las vacilaciones de nuestro momento al creer que lo pasado está signado por el signo de lo fatal, de lo ya sido, de la muerte, y por tanto no existente ya.

Un análisis profundo y comprometido del momento,  quizá renovase  nuestras concepciones deterministas del tiempo; un momento como el que con bienestar, sencillez y seguridad parecen estar viviendo mi madre y las alumnas en la imagen.

   

jueves, 6 de junio de 2024

LAS BELLEZAS QUE OTORGA EL PASEO


 

 Una cosa es marcarse un recorrido y realizarlo como si de una exploración cualquiera se tratara y otra andar sin rumbo, dispuesto a que el azar haga surgir la contemplación sorprendente o la reflexión alucinada sobre el espacio -tiempo en que uno se abandona. Una cosa es alcanzar una cumbre montañosa o atravesar una zona boscosa y otra sumirse en lo numinoso que un trayecto indistinto puede procurar. Una cosa, por tanto es ejercer un esfuerzo físico recompensado por las gracias del paisaje y otra recibir una suerte de revelación  repentina en el transcurso de un dejarse ir a ninguna parte.

Gabriel Miró que fue un gozoso andariego, supo distinguir entre alcanzar un objetivo en una salida al campo como reto físico y disfrutar, a través de un paseo, de un fascinador atardecer como fin en sí mismo, independientemente de la molesta fatiga de recorrer tantos y tantos metros.

O sea que colocarse records para batir en cualquier aventura geográfica que logre desempeñar nuestro cuerpo, no tiene nada que ver con el andurreo alucinado, con el callejeo surrealista, con el vagar poético por cualquier paraje que nos haga soñar el tiempo en que vivimos y las secuencias espaciales en que  nuestra mente demore la organización de nuestras percepciones.

También es verdad que todo viaje supone una abertura de horizontes, una puerta  abierta a lo posible. Todo viaje nos excita y nos ilusiona. Y de todo viaje podemos traernos un recuerdo vibratorio de las bellezas naturales y artificiales que hayamos visto. Aun así, las bellezas del paseo o del caminar hacen alusión a una experiencia menos global y más íntimamente vívida. Es el alma romántica, nuestra alma de poeta la que despierta aquí ante las sugerencias inmediatas del espacio que se recorre. Al pasear no viajamos exactamente. O en todo caso lo hace nuestra imaginación.

El libro de Avelino Fierro es un libro de encargo. Y aunque el autor posea un curriculum notable a través de los diarios que ha ido escribiendo y publicando en esta casa, Eolas Ediciones, lo que nos lega como experiencia neta de andanzas especiales es materia escasa. Eso sí, las alusiones bibliográficas abundan y copan parte importante del libro. Lo que ocurre es que para mí tales referencias son aportaciones meramente académicas. Lo que importa es qué de curioso, de patético, de ilusionante o revelador ha sentido el autor que escribe, paseando por cualquier inmediación próxima o no a casa.

Pasear supone, desde luego, un momento dinámico de contemplación. Es el instante en que lo poético puede mostrársenos a través de lo anecdótico o lo  paisajístico. El momento en que la memoria puede ser estimulada por cualquier cosa y eclosionar en imágenes o recuerdos fascinadores. Ahí fuera, en el espacio continuo de la metamorfosis, nos esperan las revelaciones del sueño. Dispongamos nuestras redes, nuestras sondas especiales.

No me ha satisfecho del todo este libro en cuanto a recolección de tal tipo de materia delicada y densa. Lo que sí resulta notable es el estupendo diseño de esta colección.  

    

lunes, 3 de junio de 2024

LO SÚBITO



 

José Ángel Valente habla del ángel de lo súbito refiriéndose a la gracia que el instante contemplativo ofrece de esa manera: inesperado en el tiempo y pleno en su aparición. Se trata quizá,  en parte,  de un don de la meditación, es decir, de algo propiciado, pero también de lo impredecible y por tanto originario del misterio,  del confín inaccesible.

José Lezama Lima nos habla del súbito como de ese momento en que el recorrido de la imagen cierra el circuito de su conformación y nos revela el horizonte de la metáfora. Es el instante en que la representación nos es revelada, demostrándose así el poder definidor de mundos y épocas de la imagen poética.

Pero, ¿quién tiene hoy el magisterio de Lezama o el sigilo delicado de un Valente para acercarnos a estos momentos cuasi numinosos de la literatura y la sensibilidad?

Borges refería la excepcionalidad en que el símbolo se produce, viniendo a decir que el instante de la revelación o mostración simbólicos no volverá a repetirse, lo que a su vez subraya la temporalidad extraordinaria de la conformación del símbolo en todo evento del que se desprenda.

Actualmente contamos con el súbito de lo criminal, el suceso sangriento aparece de pronto, explota violentamente contra toda expectativa y nos envuelve con su aura de espanto potenciada por la industria mediática en cuyo seno nos encontramos.

El súbito tecnológico depende de los nexos que la vanguardia en esos campos vaya mejorando y superando. En este sentido, lo futuro es un objetivo en sí, albergue cantidades reales de esperanza, progreso o no.

Lo súbito en el ámbito de la intimidad psíquica parece estancarse en tal estrato, pues si nada de la lectura o del pensamiento propio nos lleva a trascender los cercos más molestosos de la cotidianidad quizá sea debido a que nos dé vergüenza reconocernos soberanos de la creación.

O no nos creemos dignos de la exquisitez intelectual por la asunción de un extraño  pudor, o una moral fanática nos quiere convencer de que no es bueno considerarnos destinatarios no igualitarios de lo especial que nuestra cultura ocasiona o produce.

Ahora bien, no hay nada más súbito y repentino que la muerte, ese hecho absoluto sin acontecimiento. Lo trágico aquí es que su desvelación no se da en nuestro plano de percepción y la imaginación piadosa tiene que, barrocamente, desplegar posibles de un alma que creeríamos conocer.

A pesar de nuestros prejuicios y manías ideológicas, la realidad se desfibra diariamente a través de ínfimos y numerosos súbitos, articulando esa laminación interminable del tiempo y del espacio  que acaba por convertirse en el continuum que ninguna semiología, según Juan Benet, podrá nunca descodificar satisfactoriamente.

La naturaleza de lo súbito, de lo que ocurre sin preverlo ni sospecharlo, de lo que se conforma en nuestro espacio intelectual confirmando qué fragmentos de historia se han desprendido del arco universal y consagran el reinicio de nuestro viaje interminable por el cosmos, halla en la materia poética, un cumplimiento singular y palpable. Lo que los poetas ven, lo que los poetas nos dicen tiene que ver con los tramos específicos de ese viaje cósmico a través del sentido y de la vida.

Si reivindico a alguien como Lezama Lima es porque en su literatura encuentro ese mensaje palpitante que nos exige no olvidar que poseemos la fuente de la riqueza.  La imaginación, el fulgor del pensamiento, la creación continua desde las plasticidades del lenguaje constituyen nuestras armas súbitas para emprender la vida y su misterio.   


EXPLOTAR NUESTRA CAPACIDAD DE ASOMBRO

LOS SENTIDOS DEL TIEMPO ANTONIO G. MALDONADO   Poseer el conocimiento aparentemente cuasi absoluto de las cosas, el llamado conocimi...