miércoles, 27 de febrero de 2008

Los nuevos documentales y lo repugnante.


Estoy viendo un documental sobre vampiros en el canal "Historia". El documental en cuestión, revela la tendencia que caracteriza a los últimos documentales: exceso de hollywodienses puestas en escena en detrimento de otros tipos de información. Basándose en una síntesis narrativa, se busca lo efectista, ofrecido de un modo suntuoso. Tal elección desde luego, no es gratuita, teniendo en cuenta lo que trata el documental. En primer lugar se habla de la princesa húngara Elizabeth Bátory y la vemos a "ella", una y otra vez, sumergiéndose en una tina llena de sangre, enjuagándose con el rojo elemento, piernas, brazos y espalda. Tanto regodeo de la cámara en la sangre llega a molestarme, reduce mi atención a esa presencia animando las asociaciones desagradables, pierdo de vista la realidad del personaje histórico en tanto que mero personaje, se anulan las distancias fascinadoras entre mi tiempo y el tiempo remoto en que vivió Bátory al imponérseme reiteradamente esas imágenes que, aun acogiéndose a unas fórmulas fílmicas convencionales, han conseguido persuadirme de la inquietante proximidad de lo siniestro.
Estoy un poco exasperado, pero lo fuerte viene a continuación. Esa metomentodo que es la ciencia, hace su aparición. Un tipo rapado y con tatuajes en los brazos que se presenta como biólogo forense, pretende explicar los signos de vampirismo que, según las leyendas, ofrecen los cuerpos recientemente enterrados. El científico dice que tales signos son los normales que preceden a la descomposición, y lo va a demostrar analizando el aspecto de un cadáver reciente en un centro anatómico-forense de Bucarest, en Rumanía, país de Drácula, para darle más ambiente a la cosa.

Tras un breve avance, creí que el cadáver petenecería a otra recreación. Pero no. El documental continúa y el garboso biólogo forense aparece en la fría sala de anatomía y con el cuerpo delante. Un primer plano del rostro contraído muestra bien a las claras que no es un maniquí o un muñeco de goma. Se trata de un cadáver de verdad. Estoy asustado. ¿Cómo es posible que se atrevan a esto? Cuando el biólogo empieza a explicar que los rastros de sangre que asoman por las fosas nasales son el resultado del empuje de los gases de la descomposición interna y etcétera, etcétera, no aguanto más y cambio de canal.
Me arde el estómago. He visto algo que no debería haber visto. Estoy espantado y confuso, pero también escandalizado y furioso. ¿Cómo es posible que los que han ideado y realizado el documental piensen que me voy a seguir interesando románticamente en el tema de los vampiros obviando la presencia de un cadáver real expuesto de esta manera bajo los focos y las cámaras? ¿No le bastaba al científico con dar una explicación, todo lo exhaustiva que le diera la gana, sin tener que recurrir a explorar tan frívola y repulsivamente el aspecto de un cuerpo humano sin vida, como si fuera un trasto cualquiera?
¿Hipersensibilidad mía? No lo creo. En todo caso, bestialidad de los que han elaborado el documental, porque lo que es perturbador es la indiferencia con que se me pone un cadáver delante y se pretende que siga atendiendo al tema, a lo que se dice, haciendo abstracción de semejante cosa. Quería pasar un buen rato recreándome en historias y leyendas remotas, pero, de pronto, todo se ha vuelto nauseabundo.
Pienso, entonces, en otros documentales que he visto, en este caso de animales, igualmente repulsivos: uno, insólito y desagradable, en el que se ve cómo unos chimpancés capturan, matan y se comen a otro chimpancé en una orgía de chillidos y de sangre; o bien, un documental, este sobre leones, en el que lo único que se ven son las fauces ensangrentada de los felinos a través de un deliberado ejercicio de morbosos primeros planos. El horror en la naturaleza.

Baudrillard decía que vivimos la época de la obscenidad, una época social en la que se nos obliga a verlo todo. La sugerencia ha sido destruida. Todo es crudamente explícito. Lo obsceno también se ha colado en el tranquilo mundo de los documentales. Lo macabro, lo necrofílico, lo cruel, no hacen acto de presencia, solamente, a través de referencias verbales o minuciosas exposiciones: se presentan tal cual como justificación del motivo que se pretende ilustrar. Y se supone que tenemos que consumir tales documentales imperturbablemente, como cualquier otro documental, con científica y fría mentalidad anglosajona.
Estos documentales, se nos dice, muestran lo que antes no se mostraba, son una prueba de la libertad del conocimiento. Pero el asunto no tiene nada que ver con el conocimiento. Estamos hablando de la obscenidad que supone convertir todo en espectáculo, en hacer prevalecer innecesariamente los medios sobre los fines, con el quebtrantamiento de la dignidad que ello supone en casos concretos.
Este nuevo tipo de documentales no son sino una expresión más del sistema pornográfico que rige el entramado social y económico, aherrojando el imaginario en otro, progresivamente más alienado, sometiendo nuestra recepción de imágenes a un grado de exasperación cada vez más violento.
Estamos asistiendo a una normalización de lo pornográfico, de lo desagradable, de lo que no debería ser visto y se ve, en la que los programas llamados de "impacto", los de cámara oculta y determinadas páginas web son cómplices en articular el mismo y alienante nudo: el de llevar las cosas al límite de lo soportable, el de crear una atmósfera de linchamiento psíquico cuyo interrogante más inquietante es cómo ha llegado a producirse.

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