miércoles, 20 de enero de 2010


DIEZ DÍAS EN UN MANICOMIO

Borges decía que Estados Unidos era un país muy raro. Desde luego. Un país tan autista, culturalmente, como autosuficiente y emprendedor, tan vanguardista en la investigación científica y tecnológica como obsesionado con lo fantástico, tan ingenuo como audaz, tan temeroso de una invasión extraterrestre como invasor de cualquier punto del planeta, (en realidad no hay más extraterrestres que los estadounidenses mismos) ¡Están locos estos romanos! diríamos con Axtérix.
Digo todo esto porque aceptando el carácter notablemente pionero de los norteamericanos en tantas cosas - los que han convertido la vida en un espectáculo-, no deja de ser sorprendente que al director de un periódico neoyorkino se le ocurriera, allá por 1887 infiltrar a un periodista en un manicomio para que hiciera un reportaje sobre la vida que se llevaba allí, y que este periodista fuera, encima, una mujer. Bueno, no en vano han sido ellos, los norteamericanos los inventores de la cámara oculta.
La editorial Buck publica la serie de artículos que Nellie Bly, la joven periodista que fue enviada a tan singular misión, escribió sobre su experiencia, artículos que convirtiéndose en un rotundo testimonio de denuncia, influenciarían en la adopción de medidas reformatorias por parte de las autoridades sanitarias al ser publicados. La aventura de Nellie nos plantea algunas preguntas que hoy nos suenan muy actuales, estando como estamos bajo el imperio de los sacrosantos medios de comunicación: ¿Fue lícito lo que hizo Nellie Bly, aunque su incursión en el manicomio tuviera consecuencias positivas? ¿Eran razones de orden filantrópico las que motivaban al director del periódico, o lo que buscaba era simplemente, vender más periódicos sin sospechar lo que podría ocurrir?
El texto tiene, pues, ese interés de lo arqueológico, de lo precursor. Por un lado admiramos a la joven Nellie que se arriesga a introducirse en un manicomio y a vivir como las demás locas, a ser temporalmente, una más de las ingresadas; por otro no dejamos de ver, por lo menos yo así lo percibo, esa naciente y agresiva forma de hacer periodismo que casi se ha convertido hoy en habitual y que tantos debates de índole deontológica está produciendo.
Resulta curioso observar cómo se plantea Nellie entrar en el manicomio sin que se dieran cuenta de su cordura : "Pensé que quizá era mejor ser sincera siempre que pudiese sin echar a perder mi caso, de modo que le dije que era corta de vista, que en absoluto estaba enferma y que nadie tenía derecho a detenerme cuando todo lo que quería era encontrar mis maletas e irme a casa"; es decir, simulando que no simulaba : el propio desempeño de la misión ya le sirve de pretexto para crearse el escenario de su intervención sin tener que hacerse pasar por una histérica o una alucinada y forzar de ese modo la atención sobre ella. El hecho de haber sido enviada a un manicomio para escribir un reportaje periodístico es ya una locura , una locura suficiente para que el azar haga el resto: bucle tautológico.
Uno de los momentos más significativos con respecto a esto y en el que Nellie tuvo miedo de ser descubierta casi irremediablemente es cuando los periodistas visitan el manicomio: "Los periodistas eran los más molestos. ¡Había tantos! Y todos eran tan listos e inteligentes que estaba aterrada por que pudieran ver que estaba cuerda". Fructíferas lecturas se derivan de estas palabras sobre el desplazamiento de funciones en la sociedad de masas: antes serán los periodistas quienes descubran a una loca impostada que los propios profesionales médicos....

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