jueves, 16 de septiembre de 2010




EL GRAN DESIGNIO : LAS EMBRIAGUECES DE LA CIENCIA

Está claro que el lugar de autoridad que la teología ocupaba en otros tiempos, lo ocupa hoy la ciencia física. Como ya no hay almas, actualmente, sino cuerpos, la ciencia, acreditada por su eficacia, ensalza a grado sacro de irrefutabilidad todo lo que presuntamente descubre o diagnostica. ¿Quién se atreve a refutar a la ciencia? O más bien: ¿cómo? ¿Presentando otro tipo de "verdad" distinta a la científica? Ahí están las ciencias humanísticas, condenadas por ese margen final de ambigüedad que se les achaca a no poder competir con la física, aunque el desarrollo de las mismas haya alcanzado un listón de soberbios resultados. Lo que la semiótica, la hermenéutica o el estudio de la literatura comparada han añadido al saber universal moderno es, formal y conceptualmente, tan científico como lo que la ciencia empírica ha obtenido y comprobado en sus laboratorios. De hecho qué es el análisis textual sino la práctica de la ciencia literaria. No es la suma histórica de sus productos lo que establece la diferencia sino la naturaleza intelectual de sus materias y lo que cada una implica modificando el mundo: la ciencia literaria nos descubre los procesos laberínticos de la imaginación, ese complejo bosque de signos que es un texto, y el imaginario social que vehicula; la ciencia físico-matemática nos permite conocer la naturaleza y, sobre todo, dominarla. Ahora bien, es precisamente ese grado de evolución, de sofistificación que la ciencia ha alcanzado lo que la ha convertido en disquisición de temas supremos.
Acaba de ser publicado en el Reino Unido el libro El gran designio, escrito por Stephen Hawking y Leonard Mlodinow. En esta obra se habla de multiuniversos, de mundos paralelos, del origen del Tiempo, de la infinitud de interacciones que se producen en el mundo subatómico, etcétera. Y cómo no, el problema de Dios, de su existencia o no, surge en el transcurso de semejantes investigaciones hasta convertirse en el eje de las distintas aportaciones de los dos autores. Físicos del siglo XXI hablando, a través de otra perspectiva y materia, de lo que dirimían los teólogos del Medievo. Lo que decíamos al principio.
El grado de especulación que ha alcanzado la física teórica la convierte en cuasi literatura. Como dice Barthes, "la estructura del lenguaje es infinita", así que es éste quien, finalmente, posibilita que hablemos alegremente y hasta que se nos acabe la imaginación, de octavas y décimas dimensiones, de viajes en el tiempo, de fractales, de lo que ocurre y deja de ocurrir en un agujero negro, de lo que había antes del Big Bang, de lo hacía Dios antes de ocurrírsele la creación..
A veces pienso si no es, precisamente, el estado de postración física en que Hawking se encuentra, lo que facilita que en sus últimos libros se introduzca por esos derroteros especulativos - eliminado el cuerpo, el vuelo teórico es libre e infinito - y acaben saliendo los devaneos transcendentales con apariencia de rigor científico. Con esto quiero decir, por un lado, que los físicos que se autoconsideran ateos, penetran en unos laberintos que convierten sus investigaciones en reflexiones sobre lo mistérico e inexplicable al fijar su atención en el origen y finalidad de la vida, y por otro, que toda esta serie de fascinantes conceptos que la ciencia ha descubierto o elaborado - no sé si una cosa o la otra -corren el riesgo de convertirse en unidades lingüísticas de orden hermético, en discurso puro y duro, pero que son aceptadas sin rechistar porque provienen del pensamiento científico, considerado y respetado hoy como lo era el oráculo de los antiguos.

1 comentario:

José Antonio Fernández dijo...

No hay verdades absolutas, aunque hay conceptos que aparentan más verdaderos que otros, que no inamovibles. Hay otras verdades que parecen eternas. Para algunos duran más de 2000 años, en cambio para otros dura lo que se tarda en llegar a la pubertad.
Lo dicho, no hay verdades absolutas, en nada.
Un saludo.

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