jueves, 25 de noviembre de 2010


DIARIOS (1847 - 1894). LEV TÓLSTOI

No nos abandonan los aniversarios. Este año que está a punto de desvanecerse en otro - el siguiente (y éste en otro, y así hasta el final de los tiempos) - se cumplen 100 de la muerte de Tólstoi.
La orfandad de una aristocracia intelectual activa en Europa, la necesidad de confiar en un discurso honesto, unido todo ello a la crisis ideológica, podrían explicar la "recuperación" de figuras como la de Tolstói, más allá de la mera novedad editorial. Ante el desamparo o la pobreza del mundo, los grandes autores están ahí como fuentes seguras de sabiduría a las que acudir de vez en cuando para fundamentar o estimular perspectivas tras nuevas lecturas de sus viejas obras o sabrosos descubrimientos de inéditos. Ahora bien, independientemente de toda nostalgia o extrañeza ocasionales, la figura de Tólstoi "está bien elegida", encaja con tiempos de confusión interior y sobre todo, responde a una secreta necesidad individual de equilibrio ético ante el obstinado curso caótico que adquieren las cosas.
Para quien Tólstoi pueda parecerle un autor algo lejano, estos diarios publicados por ediciones El Acantilado, son una ocasión ideal para aproximarnos al pensamiento y a la vida diaria de un personaje envuelto en trazas épicas y desasosiegos interiores, infrecuentes en autores actuales. Yo tenía una visión algo tosca y borrosa de Tólstoi, pero la lectura de estos diarios me ha revelado una personalidad notable y no exenta de torturantes contradicciones: incómodo con su condición de noble, crítico con la guerra después de haber sido combatiente, independiente en su pensamiento moral hasta conseguir la excomunión de la Iglesia ortodoxa rusa, naturaleza religiosa y racional que rechaza la idea simple de un Dios al que se le pueda hablar directamente, y que declara que a la pasión perturbadora se la combate con otra pasión harmonizadora. Leyendo en estos diarios las cuitas y los inquietos recovecos de las reflexiones de Tólstoi, me he acordado de la secta de los klysty, a la que, al parecer, perteneció Rasputín, y que profesaban como terapia máxima del alma el pecar mucho para arrepentirse después. Tóstoi se encapricha por una zíngara o una cosaca, se acuesta con ellas para lamentarse poco después por haber cedido a la tentación; profesa el pacifismo, habiendo abatido al enemigo, furiosamente, en la guerra de Crimea; se manifiesta contrario a la servidumbre, teniendo en casa casi una docena de criados; cree que "no existe una vida fuera del amor", pero su mujer se queja de la dureza con la que le trató hasta su muerte. En fin, este rosario de incoherencias aparentes que tiene su punto cómico-dramático quizá no constituya sino la vida misma, ya que Tóstoi no se oculta, no es hipócrita: "Quien es feliz tiene razón. El hombre abnegado es más ciego y cruel que los otros". Quizá para ser virtuosos haya que haber pasado por el pecado como catarsis imprescindible, tal y como creían los klysti. A fin de cuentas, esto recuerda cierto consejo budista: no se puede renunciar a los placeres de la vida sin antes haber disfrutado de ellos.
En una de las anotaciones Tólstoi nos da una interesante observación antropológica a desarrollar: "El tipo ruso, demasiado puro por falta de contacto con la vida". El 24 de agosto de 1854, agudamente, escribe: "Todas las verdades son paradojas. Las deducciones directas de la razón son falibles; las conclusiones absurdas de la experiencia son infalibles...".

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