jueves, 17 de marzo de 2011


MANUSCRITOS INÉDITOS DE EUREKA, DE POE


Hallados por el profesor Procop Whisentallen hacia finales de 1997, entre otros legajos sobre física teórica de autores del XIX. La autoría del escritor norteamericano queda confirmada, según el doctor en Filología Inglesa Thomas White, por el tipo de caligrafía, el lugar en que fueron hallados y por la firma, si bien, difícilmente legible. Parece tratarse de bosquejos fragmentarios que Poe decidió no incluir en la redacción definitiva de la obra. Naturalmente, gravita la sospecha de un error en la identificación de la autoría, o del urdimiento de un apócrifo.


En definitiva, la organicidad de la masa molecular no puede sino obedecer a la fuerza remota - la razón arcana - que une y articula a los cuerpos, incognoscible para nosotros, que la interpretamos como causa de la expansión del universo, teniendo en cuenta que los remolinos atómicos establecen las ubicaciones de esos cuerpos según la ley del rechazo y de la atracción.


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La singularidad de la visión prismática reside en la convergencia o amoldamiento harmónico de planos distintos enfocando un mismo fragmento, aparentemente, sobredimensionado, de la infinita infinidad viviente.

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Podríamos valorar los nexos atómicos que conforman la urdimbre universal como nexos positivos y negativos: de atracción y de rechazo (el rechazo eléctrico que sitúa los cuerpos y modula su movilidad). Es pues el principio de la Simpatía y la Antipatía lo que podríamos ver aquí reflejados, destacando la imposibilidad de que un principio predomine de modo absoluto sobre el otro.

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La visión que tengo del universo integra la coexistencia de fuerzas no adversas sino opuestas. Lo distinto se torna necesario, viene a articular un orden. La naturaleza, aunque regida por unas leyes que harmonizan su esplendidez indefinible, no es un flujo uniforme sino una explosión radial de fuerzas que se atienen a las leyes de la conservación.


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En el principio del universo radica también su fin. El destino de su dispersión mortal está inscrito en las espirales de átomos que provocaron su germinación. La energía que partió de un punto sin espacio ni tiempo, volverá a ese punto inicial tras encarnar todas las vidas posibles, al final de los tiempos. No es una luctuosa fatalidad lo que extraemos de esta exposición, sino la confirmación del despliegue mecánico de las fuerzas cósmicas y su expansión a través de todos los medios vivos. El que la vida se haya desarrollado a lo largo de ese despliegue secular es el resultado milagroso de las conjunciones y disjunciones vitales de la materia, consciente de sus correspondientes ubicaciones.







En la noche sideral soñamos la luz del principio, la coordinación del flujo originario. En los estratos de los montes, crepita la historia de las múltiples evoluciones, murmuran los testigos insomnes de cientos de fósiles que ya retornaron al magma original.


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Me veo obligado a imaginar, a relacionar de otro modo los datos empíricos que la ciencia me suministra, es decir, a razonar de un modo enérgico y atrevido como hizo, por ejemplo, Kepler, y a afrontar el prejuicio de que se me tilde de teórico, como le ocurrió al astrónomo alemán. El hecho de que muchas de las aparentes especulaciones de investigadores, físicos y filósofos, hayan resultado finalmente ciertas, me anima a ello, confirmando la actitud inepta de los que creían que todo estaba ya escrito y solucionado. La propia belleza y complejidad del universo, la presencia no ajena del hombre en el plan cósmico y su desenvolvimiento, me impulsa a aplicar una relación afectiva a la configuración de los átomos, no metafóricamente sino como expresión de lo que convenimos en llamar materia.

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