jueves, 2 de junio de 2011




SENILIA. ARTHUR SCHOPENHAUER.


La figura de Schopenhauer genera un interés extrafilosófico que las editoriales, en los últimos años, han sabido explotar con el lanzamiento de alguna de sus obras y refritos de las mismas, bajo títulos llamativos y provocadores: el arte de insultar, el arte de envejecer, cómo habérselas con las mujeres y la muerte, etc...

Y es que Schopenhauer, independientemente de su significación en la historia de la filosofía parece encarnar cierto personaje, la del viejo cascarrabias misántropo, aislado del mundo - que detesta -, y que viene a amoldarse a la caricatura popular que pretende ver en la persona del filósofo a una suerte de monje entregado a las secretas revelaciones del pensamiento en la torre de marfil de su celoso recogimiento. Pero el atractivo de nuestro pensador está justificado. Schopenhauer es nuestro inmediato contemporáneo. A partir de él la filosofía cambia de rumbo, pasa de ser un conjunto de arduas reflexiones sobre sustancias a serlo sobre la finitud, el tiempo, el arte, la temporalidad, el hombre. Se inaugura, definitivamente, la fragmentariedad, la existencialidad. El tiempo, precisamente, ha obrado en favor de sus textos, les ha colocado un matiz literario sin que la reflexión diluya su presencia o fuerza: al contrario. Por eso era lectura favorita de Borges. Al leer obras de filosofía como si fueran literatura, por el mero gusto de saborear una estilística aplicada a determinados motivos, comprendemos mejor y más rápidamente lo que el autor quería decir, su imagen del mundo. Esta es una "estrategia" quizá no imaginada por Schopenhauer, el regalo del tiempo aureolando de modo específico el tono y el núcleo temático de su obra. Este juego con el encanto epocal de la figura, casi diría que, en ocasiones, el personaje de Schopenhauer, se palpa en estos textos, encontrados junto a otros documentos póstumos del autor, que bajo el nombre de Senilia, recogen lo que escribió los últimos años de su vida y que la editorial Herder se arriesga a presentar tal y como el filósofo los dejó.




Lo caótico y heterogéneo de estos escritos multiplican el placer de la lectura y parecen subrayar su identidad de legajos. A las reflexiones habituales sobre el tiempo, la voluntad o la muerte, se suman notas sobre física e historia, y la más minuciosa y que vertebra la serie de textos que constituyen este manuscrito: una crítica furiosa a la degeneración del lenguaje llevada a cabo por periodistas y escribidores. Schopenhauer pone el grito en el cielo al comprobar cómo, por motivos puramente económicos y prácticos, el lenguaje escrito corre el riesgo de llenarse de términos incorrectos y sin sentido. De nuevo, comprobamos cómo es en el termómetro del lenguaje donde se registra la circunstancia, los devenires y mentalidades de una época. Schopenhauer nos da una notable cantidad de datos sobre este empobrecimiemto del lenguaje a través de los rastreos que lleva a cabo en libros, periódicos y revistas del momento: Qué significativo resulta que la aceleración de la sociedad, que la prioridad por la efectividad comunicativa lleve, paradójicamente, a recortes expresivos y confusiones en el lenguaje.

Leyendo distraídamente, nos encontramos con algunas anotaciones que parecen pequeñas revelaciones: "No existe ni siquiera el más menospreciado cacharro de barro que no esté compuesto de puras cualidades insondables".

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