martes, 27 de marzo de 2012

NOTAS. LA CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA




La constancia infalible de la naturaleza. Apenas ha asomado la primavera su cabeza, ya están los murciélagos revoloteando alrededor de la farola que hay pegada al ventanal del comedor. Oigo desde la cama, a eso de las cinco de la mañana, el complicado gorjeo de los ruiseñores, un perfume delicioso a azahar acaricia el olfato en leves ráfagas, y ya he visto, desde la azotea, a la lechuza de otros años, planeando al crepúsculo, convertida en una fantasmática masa fosforescente cuando las luces urbanas la recortan contra la oscuridad. Con razón en otras épocas su visión provocó cuentos y leyendas sobre espectros: vista en la tarde-noche volando a una altura media, parece, literalmente, una sábana flotando, - la figura con que tradicionalmente se ha representado a los fantasmas - y no un ave.
Despertar de la naturaleza. Inicio de la pululación viviente. El mundo de interiores que es el invierno se desvanece, desaparece paulatinamente. Ahora es el exterior lo que llama a que salgamos a su encuentro. El espacio se hace habitable.


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Las sensaciones de la primavera me han hecho recordar La consagración de la Primavera. Y con ello, a la música en sí. "La música surca el cielo", decía Baudelaire.
Músicas que atraviesan el alma. Que la atraviesan, aniquilándola o exaltándola. De la primera clase, pienso, inmediatamente, en la serie pianística que Lizst tituló Años de peregrinaje. Obra magistral, solemne, sombría, que suena sorpresivamente moderna. Escuchando una de las piezas de esta serie, Los cipreses de la Villa Este, uno siente las ondulaciones lentas de los hieráticos cipreses mecidos por el viento como si fueran llamas de fuego negro. Pero no se trata del descriptivismo sensorial y gráfico de un Debussy. La imagen en Lizst- los cipreses - es meramente la referencia, la pista de una agonía que se ha convertido en monumento sonoro. Debussy es físico, Lizst, decididamente metafísico - en este sentido -, remoto y complejo. Estando en Venecia, ve pasar delante de su domicilio, una góndola llevando un ataúd. Escribe entonces su famosa Góndola fúnebre. Escuchándola, uno se sumerge, con equívoca delectación, en  la extinción final.
Otra pieza musical que me atraviesa hasta fundirme es, por ejemplo, Stormy Weather, cantada por Lena Horne. Al escucharla, algo en mí se estruja, se empaña de melancolía, se muere y resucita por momentos (esos solos sardónicos de trompeta) Si examinara con minuciosidad esta pieza, solamente, creo que daría para todo un ensayo. Pero cómo analizar tal mezcla de emociones. En principio la canción de Lena Horne pertenece a un estilo musical , la balada norteamericana de los años treinta-cuarenta, colindante con el blues y  el jazz, que no se encuentra, precisamente, entre mis predilecciones. El que, con el paso del tiempo, esta pieza me haga estremecer, quizá no se explique sino por las andaduras interiores de mi propia biografía. La mezcla de melancolía y sensualidad maldita de la canción, crea un efecto de embriaguez suntuosa y aniquilante.
Lo vuelvo a repetir, cómo analizar lo que suscita en nosotros la música. El oído es el más emotivo de todos los sentidos,  apuntaba Teofrasto.
Las músicas que atraviesan el alma, exaltándola, son más numerosas y fáciles, en principio, de "explicar". Comunican, irradian vida, es decir, vencen a la muerte, dan esperanza. Pienso en Shostakovich, en Nancarow y su pianola loca, en las obras más brillantes de Philip Glass o Steve Reich, en el explosivo Alberto Ginastera y el movimiento final de su Estancias, en los momentos culminantes de El sombrero de tres picos de Falla, o en las trepidantes músicas de Bulgaria o Rumanía.
Schopenhauer trazó una pirámide simbólica de las mayores creaciones del hombre. En la cúspide colocó a la Música, seguida de la Poesía. No recuerdo si incluyó a la propia Filosofía en esa escala jerárquica.   


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A propósito de llamadas primaverales y embriagueces sensoriales típicas de la época, leo con sorpresa unas notas de Barthes, que vienen bien a la foto que coloco arriba y que se relacionan con las fotos de la entrada anterior del blog: Para mí, el crepúsuculo urbano tiene una gran fuerza de nitidez, de activación, es casi una droga.           

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