miércoles, 24 de octubre de 2012


 
LA CAUSA PRIMERA SEGÚN LOS DATOS EXPERIMENTALES
                                                  EMILIO FERRIÉRE.
                                                   Madrid, 1910

 

Si aceptamos la teoría del Big Bang, habrá que matizar que aquella Explosión Originaria fue mas bien
un fenomenal esputo de multiplicidades inconexas que una radiación suprema del hálito divino. El
Flujo de la Emergencia Total de lo existente, llevaba ya una tara consigo, el sello de una ambigüedad,
una concomitancia tanto de harmonías posibles como de generaciones de monstruos. Para explicar por
qué el Origen lo fue de un proceso y no de la Perfección absoluta, habría que remitirse a un pre-origen,
o a una suerte de orígenes del Origen, o bien, imaginar el excitado estado de la mentalidad divina
 previo a materializar todo lo que tumultuosamente estaba dispuesto a liberar fuera del signo que fuera. 
Lo vicioso de constatar esto: que simultáneamente, fueron en el principio de las cosas, lo Bueno y lo Malo, la formación de seres superiores y la aparición de parásitos, el orden y el caos, es que uno no tiene más remedio que volver a remitirse a los mitos, a los grandes relatos, a las escrituras sacras para encontrar esa razón anterior a la Creación que nos ilustre, aunque sea vaga, literariamente, de por qué existe, ya no el mal entre los hombres, - el problema ético - sino en la mismísima naturaleza. Si esta se ofrece tanto a la investigación y observación como a su control parcial por parte del hombre, es a cambio de sustraerse al conocimiento último de todos sus márgenes y leyes. Si la formación del Universo fue gradual, también el conocimiento del mismo se articula procesualmente.
Ante este reto, tan fascinante como desesperante a veces, Emilio Ferriére aconseja: Saber ignorar es la regla necesaria cuando se es impotente para discernir la causa cierta, siempre comprobable de un grupo de fenómenos.
Es decir, que mientras la naturaleza es accesible a la investigación no ocurre lo mismo con el remontamiento cognoscitivo de lo que la ha producido. Los orígenes son inextricables, decía Barthes. Esta es la cuestión fundamental que el volumen presente pone de manifiesto y trata: la imposibilidad, desde el punto de vista científico, de reconocer, de confirmar incontestablemente en la naturaleza y en el hombre, los signos inequívocos de un Plan Divino, las huellas inteligibles de una Causa primera, justa y sabia.
No conocía en absoluto a este autor. Me llamó la atención el epígrafe del libro, La Causa Primera según los datos experimentales, encontrado entre un montón de volúmenes en una librería de viejo, y como todo libro es una ocasión de revelación de mundos, lo adquirí.
Ferriére sigue la estela de investigación abierta por Claude Bernard. Va contrastando proposiciones filosóficas acerca de la causa o causas de las cosas, con verificaciones experimentales, cuyas consecuencias son interpretadas como datos modificadores de afirmaciones categóricas. Este enfrentamiento entre el hecho físico y experimental y lo que la teoría pretende, resulta instructivo e ineludiblemente preciso. Lo que Ferriére hace es enfrentar el juicio materialista y el dinámico-vitalista, procedente de Leibniz, sugiriendo una interdependencia de ambos sistemas, una convergencia final que transforma el concepto de materia y explica el cambio de fuerza en energía.
Ferriére empieza su obra con unas aserciones que hoy nos son muy comunes acerca de la perennidad de la materia: la materia no ha tenido principio pues no puede ser creada, tampoco tiene fin porque no puede ser destruida, sólo conoce cambios de forma. La energía al ser una cantidad constante, solo experimenta transformaciones.





 
 



Como este blog no es una revista digital de filosofía sino una deriva de escrituras, y como no creo que vaya a tener problemas de copyrigth a 102 años de distancia de la edición en español, me limito a exponer lo que más me ha llamado la atención, transcribiendo directamente del amarillento texto.


Es lícito admitir provisionalmente la esencia eléctrica del pensamiento. La naturaleza del pensamiento parece ser una forma particular de electricidad nerviosa.
Dicho así, en los albores del siglo XX, en plena Belle Epoque, con las mesas parlantes espiritistas todavía de moda, parece revestirse de cierto misterio auroral. Me ha hecho recordar lo que decía Poe en su Eureka, que la electricidad vendría a ser el impulso que discriminaría la relación entre los diferentes seres de la naturaleza, mientras el magnetismo es lo que los atraería en conjunciones harmónicas.


Ferriére descarta las insondabilidades de un Plan divino. Todo es más sencillo y lógico. Las piezas de la máquina biológica se acoplan entre sí y por ello, aquella funciona:
La diversidad de órganos y de funciones se explica por diferenciación de tejidos; el concierto y la armonía de los órganos por contigüidad; es, pues, inútil, recurrir a las hipótesis de un plan primordial.  

Desmontaje de errores de juicio y estereotipos (varapalo a los cansinos documentales de animales y sus argumentos maniqueos): el lobo está organizado de tal modo que necesita tomar sus alimentos en forma de carne; esto obedece al plan primordial, pero en el plan primordial no está escrito que el cordero haya de servirle de alimento. 

No estamos predestinados a nada. Como decía Sartre, somos fatalmente libres: 
cada ser viene al mundo con las necesidades que le crea su estructura; a él corresponde luchar como pueda por la vida; ningún derecho, ningún privilegio le ha sido otorgado fuera de su estructura; a él corresponde asegurar, a su costa, la evolución completa de su destino, no hay, pues, finalidad externa.

Clarificación de competencias:
El método científico debe ocuparse del cómo y no del por qué de las cosas. 

Las cifras prodigiosas de la ciencia encarnadas en la pululante vida microbiana:
el doctor Miquel ha calculado que una masa de aire que recorriese París a razón de cuatro metros por minuto arrastraría cuarenta mil millones de bacterios.

La existencia de los inmundos organismos parásitos, se convierte en todo un contundente argumento que no sólo desprovee a la Causa Primera de Inteligencia sino de Sabiduría y Justicia:
Conceder a la Causa primera el atributo sabiduría, es ponerse en contradicción de los hechos positivos, tanto desde el punto de vista de la Providencia, como desde el punto de vista de la Justicia. En ambos aspectos, la perfección no sólo no es absoluta ni relativa, sino que la creación de los seres inferiores llamados parásitos, posterior a la de los vertebrados, que les son superiores, denotaría una inteligencia injusta y malvada, si concediésemos atributos morales a la Causa primera.

Para contextualizar el pasaje siguiente, bastaría colocar “materia oscura” donde pone “éter”:
los trabajos científicos del siglo XIX han demostrado que la electricidad, el magnetismo, el calor y la luz son modos ondulatorios de un fluido material llamado éter. Hasta ahora el éter no es sino una hipótesis, porque no hay ninguna prueba material demostradora de su efectiva existencia; pero es una hipótesis científica que explica todos los hechos conocidos y permite prever los futuros.
      
Resumiendo: Ferriere no niega la existencia de una Causa primera, sino que descarta su acción soberana en el mundo que conocemos ante la vista del cúmulo de hechos positivamente estudiados, comprobados y catalogados, que ponen de manifiesto la coexistencia desconcertante tanto de errores, como de la unidad universal de las leyes de la materia y de la energía; de retrogradaciones y aberraciones como de maravillas biológicas. Ferriére también cuestiona la evolución darwinista y pone muy en duda que la creación sea el efecto directo y omnisciente de la voluntad sagrada. Nuestro mundo sería como el borrador de un mundo mejorable, pero en el que el precipitado de contradicciones es tal que hace indiscernible las rutas de un plan divino. 
El grueso de las observaciones críticas de Ferriére más que crear un mero efecto desmitificador, ofrecen una lectura sugerente. Desde el momento en que nos hemos librado de todo Plan Primordial de la Creación, de toda linealidad demasiado presta a la suculencia misticoide y al acomodo, de una Obra divina proyectando finalidades equívocas en los seres y en la naturaleza, es cuando por fin podemos pensar la grandeza que nos rodea y desarrollar con entusiasmo la actividad enorme que le espera al intelecto. 


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