miércoles, 17 de abril de 2013

FURTIVA AGENDA




Me encuentro, perdido entre un montón de papelotes, un cuadernillo de notas que escribí hace unos cuatro años y del que no recordaba nada. Me ha gustado su lectura, aunque su transcripción aquí me resulte penosa: rescatar lo que uno mismo ha escrito hace poco tiempo y que parece ya remoto.



Una hibridación ondulatoria y vertiginosa conforma el poder de la percepción. Todo desciende multiplicándose por arriba. Soy mi máscara porque me asumo alucinatoriamente, totalmente. La realidad se destrenza en bloques que viajan simétricamente, tal y como Dalí lo vio en la virtuosística segunda parte de su Persistencia de la memoria; o bien, tales fragmentos se conjugan a una velocidad tan inaudita como harmónica. Los fragmentos convergentes. La unidad de lo aparentemente disperso. Reflejos de césped al atardecer o lo que una mirada fugaz pero inolvidable, marcan en tu recuerdo, son como inscripciones sobre una superficie líquida que al retornar, subrayan su naturaleza frágil y persistente.




Froto el cuarzo rosa que me acabo de comprar, acaricio este guijarro pulido por auras inmateriales. Ello me ubica en el espacio, localiza con tenuidad y fijeza mi cuerpo, sin destrezas particulares que acaso quisiera imaginar para cumplir con lo que supuestamente desprende la piedra. Pero lo mejor del mineral semitranslúcido no depende sino de mi decisión de que se deslicen entre mis dedos las suaves iridiscencias que son como la urdimbre venosa de la piedra. La suavidad dura, paradójicamente, de la piedra.



 
 
 
 
 
 


Sorprende el criterio de Plinio al hablar de los dioses. Hay demasiados y sobre cualquier cosa.



Sábado: mi día realmente sagrado y festivo. El día de la apertura mágica, de la liberación, de la fluencia de mundos. ¿Los ancestros judíos, recuerdos adolescentes?




Ámame. Ayúdame, enséñame a vivir.




Con un vigor absorto en esa columna de luz, se detiene el movimiento de lo que no es, en definitiva, sino una molécula en medio de los espacios opuestos que son el mundo.

 
 
 
 
 
 
 
Gráfico de la luz:
mira los muros pintarrajeados
como un continuum de fragmentos adosados,
fulgores rasantes,
tiznajos virtuosísticos del azar.
Mirad el muro del tiempo
hecho de piedra parada y brechas luminosas,
esa mole que se atomiza imperceptiblemente,
que pulsa desde un orden quieto de vetas, colores y polvo,
una expansión invisible y vibratoria,
mirad ese muro de la vida
atravesado de tatuajes que se metamorfosean en otros tatuajes
que son un solo símbolo,
perfiles de animales, hombres y monstruos
articulados por un mismo cincel.
 


Leyendo a Walter Benjamín. Despertar es dejar atrás el tiempo histórico. Despertar como consecuencia dialéctica: el tiempo pasado, no tanto trascendido como sabido y acontecido. Nada más onírico, entonces, que la calle, que la ciudad, laberinto de pasajes y pasadizos, de monumentos y edificios, muestrario del pasado, abigarrada exposición del tiempo en forma de ruina. 


Frase recibida en sueños: los poetas, temporeros de la muerte.


 
 






La dificultosa definición del espíritu de la época. Cuando Da Vinci se fija en las ruinas, en las paredes o en los restos de vómitos por las calles, no se está comportando como un romántico sino como un artista de su época, precisamente, como un renancentista, que encuentra, también, en estas cosas, motivos interesantes para estudiar y comprobar texturas que explotar pictóricamente. Aunque también es cierto que las fuerzas naturales que según los renancentistas atraviesan y son el tejido vivo de la inaccesible naturaleza, implican una afirmación de animismo.




En principio el texto es una virtualidad de sentidos. La lectura procesará las posibles conexiones e interrelaciones y encontrará el sentido (del texto).




Si escribo un bonito poema sobre mi locura, sobre mi incapacidad para vivir satisfactoriamente, se elogiará mi destreza para disfrazar patologías tras una red coordinada de palabras. Pero las palabras que me esconden, también están diciéndome, no aventuran sino indican quién no vive y simula vida, dicen en qué espejismo he convertido esta excesivamente larga coyuntura de no saber ser quien soy.



Escribir, producir algo que sea incorruptible.
 
Cuando se estabiliza el caos, el hombre inventa el paisaje.
 
 
 





Si no hay documento – escrito, dibujado, señalizado, cifrado, (arqueológico) – no hay memoria. Jung escribe que mientras la memoria concreta, consciente del hombre, depende de la preservación de estos documentos, el inconsciente no conoce límites, se convierte en una extensión que abarca milenios: Si se pudiera personificar lo inconsciente se convertiría en un ser humano colectivo, más allá de la singularidad sexual, más allá de la juventud y de la vejez, del nacimiento y la muerte, y dispondría de una experiencia humana poco menos que inmortal.


“Toda conciencia es umbral”. Aquí Deleuze certifica, indirectamente, lo dicho por Jung, al sugerir una potencialidad de la conciencia que implicaría la enormidad de lo que todavía no ha llegado a ella, de lo que no se ha expresado, pensado o representado. ¿Sería lo barroco para Jung, (para un Lezama Lima), no lo inconsciente en sí, sino una forma de hacerse tangible la dinámica de lo inconsciente?




En toda palabra hay algo oscuro. La palabra “sol” dicha en medio de una plaza a mediodía, a pleno sol, es oscura.  




 

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