Entre mis nuevos y pintorescos vecinos se encuentra el moro Masuso. Lo veo transitar a partir de las dos de la tarde. Lo extraordinario en él es que debido a su tendencia a los trayectos oblicuos ha desarrollado una capacidad súbita para las levitaciones. Más que una capacidad, porque no acaba de controlarla, se trata de una reacción del propio cuerpo - o del alma - que para liberarse de la presión solar existente en esos márgenes de las calles oriolanas, hace elevar en un movimiento, inicialmente, espiral, la masa corpórea unos centímetros sobre la superficie del suelo. Masuso está algo preocupado, pensando que estos movimientos puedan ir a más y le perjudiquen en la correcta asunción de los principios teológicos de su religión.
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