martes, 22 de septiembre de 2015

LA LECTURA COMO PLEGARIA


 
 
 

Como en tantas otras ocasiones me ha ocurrido, este libro estaba esperando a un lector y ese lector era yo. Simplemente, entré en la Casa del Libro de Alicante, me acerqué a uno de los estantes, alargué la mano y lo saqué de su nicho de madera. Ni conocía al autor ni a la editorial, pero sospechaba que había acertado en su elección, como, en efecto, confirmé después, apenas me puse a leer.

 
Si los conceptos nos ayudan a entender la realidad y no al contrario, confiemos, por un momento en ellos, o mejor dicho, confiemos en lo que el pensamiento pueda dirimir a través de su utilización menos retórica. A menudo olvidamos qué es la doxa y quiénes la componen.  Digo todo esto a propósito de aquello de que pensar lo hacemos todos pero pensar bien, es decir, de modo profesional sólo lo  hacen los que estudian para ello: los filósofos. Este libro es un libro de aforismos filosóficos y su bello título, que va numerado, parece augurar próximas entregas que, esperemos, sean tan apetecibles como esta.

Quien haya acaudalado muchas lecturas en su vida, con toda seguridad habrá alimentado un notable criterio sobre las cosas. No obstante, el pensar filosófico es, además de lectura, reflexión sobre otras lecturas, es decir, sobre las  interpretaciones que los pensadores, a través de la historia o de la sociedad en devenir, van haciendo de conceptos clave como puedan serlo: el perdón, la moral, el amor, la muerte, etcétera.

Todos estos conceptos, todos estos temas surcan el libro de Joan Carles Mélich.
Sus aforismos son precisos, exentos de preciosismos divagatorios, directos, manifestando así el grado de madurez que ha alcanzado su escritura filosófica, y en casi todos ellos, nos encontramos con la tranquila sorpresa: la sorpresa que supone el que una segunda mirada defina, ponga palabras reveladoras a eso que confusamente vislumbrábamos o que teníamos delante de nuestras narices y no se nos había ocurrido pensarlo dos veces.

A veces el aforismo se torna hallazgo precioso: acariciar no es poseer, sino ir en busca de lo desconocido; otras, juego de paradojas necesarias : no hay sentido sin posibilidad de sinsentido; Sin olvido no hay memoria.

Mélich opone ética a moral. Mientras aquella improvisa y se acerca más al desenvolvimiento sorpresivo de la vida, esta se convierte en un asunto normativo, en conjunto de reglas, en algo estático.

Del mismo “dinámico modo”, cree que una filosofía menos pendiente de las prescripciones de la razón que de la relación narrativa de los hechos, estará más cerca de la verdad de esos hechos, convirtiéndose toda metafísica en un absoluto ajeno a las vulnerabilidades de la vida. En este punto, discretamente discrepo: la metafísica también podría convertirse en una narrativa si nos atreviéramos a leerla-interpretarla menos académicamente y más literariamente. Adjunto sucintamente el dato de que me parece una superstición rechazar la literatura como un modo específico de filosofar falso: todos sabemos que las grandes obras literarias se han convertido en objetos selectos del pensamiento crítico.   

Mélich dice algo interesante: si la lectura consistiese en un mero descodificar, en el momento que lleváramos a cabo tal descodificación, el texto analizado dejaría de tener interés, y la cultura se convertiría en un objeto inercial pendiente de esa operación más o menos mecánica. De ahí que la literatura, tras los mil y un análisis y estudios, resulte un misterio, pues su descodificación es imposible o infinita e interminable.    

    
 No creo que el aforismo fragmente el pensamiento, ni que se reduzca a un mero ejercicio virtuoso de lingüisticidad; como tampoco que suponga la imposibilidad de estructuraciones mayores del sentido a través de la formulación teórica. Si el pensamiento adopta formas,  es porque la realidad, la vida ya lo ha hecho, por lo tanto son estas las que determinan estilos y tempos en la escritura, no al revés, aunque, quizás sea artificioso o difícil saber cuál de ambas cosas se produjo antes. El aforismo detecta una relación de cosas, y de ese modo fulminante lo expresa. Esa es su función y en ello radica su característica y atractivo.

 
No sé si la era del pensamiento débil ya pasó, o está pasando o si fue un invento chocante de la crítica de los ochenta Pero creo que todavía es posible que el pensar estrictamente filosófico ilumine caminos y nos sorprenda.

 Este libro de Joan Carles  Mélich es una obra accesible y seria, no le sobra ni le falta nada.  Y lo que se dice en ella, materia de interés para todos. Lo aforístico no dispersa el pensamiento: al final, el aforismo también crea una continuidad y una inteligibilidad luminosa.

Lo dicho: esperamos con impaciencia la próxima entrega.  

 

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