martes, 2 de agosto de 2016

20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO. NOTAS AL MARGEN.








Vi este fin de semana 20.000 leguas de viaje submarino, el film clásico producido por la Disney en 1954. De nuevo, vuelvo a comprobar el acierto del famoso enunciado: qué grande es el cine. Grande, entrañable y universal, desde luego. Qué hermoso y esperanzador cuando los hombres deciden hacer algo grande y unen sus inteligencias en la consecución de un mismo fin, como es el caso ejemplar del cine. Esta versión de la obra de Verne es tan redonda, tan narrativamente perfecta que las imágenes de las tranquilas evoluciones submarinas del Nautilus, son una constatación plástica de la seguridad con que es llevada la ficción fílmica: Barthes definía la imaginación de Verne de este modo, la de alguien que acomoda el universo a los límites de su habitación.







Con respecto al capitán Nemo y su ambigüedad ¿Es bueno o malo? No he leído la novela de Verne, me guío por la película que supongo, por su estilo canónico, procurará ser fiel al texto. Se nos dice que el capitán descubre una isla remota donde se explota a una serie de personas de forma inhumana, y en donde se trafica con esclavos. Que al denunciar la situación su mujer y su hijo son asesinados por los explotadores. Desde entonces el capitán luchará contra cualquier navío con el que se encuentre, convencido de la maldad de la humanidad para quien sólo importan el poder y enriquecerse del modo que sea. La cuestión aquí es que no se nos aclara quiénes son los explotadores de aquella isla, es decir, de qué nacionalidad son, por ejemplo. Pero la película tiene un modo audaz de sugerírnoslo. El capitán tiene un encontronazo con un barco. Al preguntar qué bandera lleva y comprobarse que no lleva ninguna, el capitán dice que para él, el navío que no lleva bandera es un barco pirata. Poco después, en el transcurso del film, una serie de buques acorralan, finalmente,  a Nemo en su guarida. El capitán vuelve a preguntar qué bandera llevan y un marino le contesta negativamente, no llevan bandera. De este modo, el director, guionista o el propio Verne, nos están señalando que los explotadores, los que, al fin, dan captura y acaban con Nemo, son todos y ninguno en especial, que todo país o nación, que cualquiera puede ser el explotador que esclaviza al planeta, que todas las naciones pueden ser piratas. Si los barcos que acosaban a Nemo y lo matan hubieran sido provistos de una bandera que identificara su origen o nacionalidad, el film se hubiese convertido en una protesta antiesclavista o anticolonialista dirigida contra un país en concreto y no sé si su cariz de aventura se habría difuminado o determinado por ello, si la película habría cambiado de signo. En este tipo de cine una implicación político-ética clara – la colocación de banderas e identificación de los verdaderos malos – quizá no convendría al género de aventuras. La ausencia de banderas se convierte en un modo elegante de acusar a cualquiera sin aludir a nadie.    

 

Del mismo modo que la democracia permite en el seno de la sociedad tendencias en contra de la propia democracia, todo artefacto artístico contiene en sí  elementos que se oponen o niegan formando parte del desarrollo de la obra artística en cuestión. La ambigüedad del capitán Nemo no desaparece del todo – se le llama loco e incluso asesino – y sólo parece dispersarse con el advenimiento de su muerte que viene a decir que los verdaderos locos y asesinos son las potencias nacionales que explotan la tierra.  

 

Es a través de la voz y testimonio del profesor Aronnax, es decir, a través de la ciencia, como el relato de la vida y destino de Nemo se dará a conocer al mundo. Verne apuesta por la clarividencia del progreso científico. El profesor Aronnax es el vehículo aquí de la razón, quien discute y debate con Nemo sobre sus “métodos” de hacer justicia. El profesor comprende a Nemo pero critica su decisión última. El profesor Aronnax pertenece a la ciencia romántica. Su creencia en el monstruo marino que luego resultará ser el extraordinario submarino del capitán Nemo, no obedece a ideas mágicas sino a su convicción de que la naturaleza todavía alberga dimensiones desconocidas que la ciencia debe abordar. Pero compañeros suyos de aventura no comparten tales ideas. El arponero no cree en monstros marinos pero sí en la posibilidad de hacerse rico robando a Nemo. El poder del creador, del novelista, del artista es la de incluir en su ficción los personajes más opuestos o adversos a su propia fantasía.

 
 
 
 

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