viernes, 26 de agosto de 2016

DIARIO DE MICROREFLEXIONES SUPERRECONTRAAGUDAS









Toda la calle está levantada. Están reponiendo las estructuras de las cañerías y tuberías. Se aprovecha que la mayoría de la gente se encuentra de vacaciones para efectuar las obras. La calle está sembrada de cascotes triangulares y de socavones milimétricamente trazados. Cuando los trabajadores, a la tarde,  se van, puede comprobarse cómo todo el entorno ha cambiado de signo. Sensación de agradable desorden. Como se ha cortado el tráfico para realizar las obras, a la noche los vecinos sacan sus sillas y se colocan a las puertas de sus casas a charlar. La calle se hace habitable. Resulta curioso observar el proceso que lleva a cualquier cosa alcanzar una forma: desmantelar, descomponer, esparcir, dispersar para, finalmente, volver a reunirlo todo y que no quede un solo cascote como prueba de lo que se ha producido.

 
 
 
 
Podríamos decir que para Leibniz la estructura de la materia viene a ser fractal ya que todos sus componentes guardan una correspondencia entre sí, relación que define el principio de iteración existente en la generación de los fractales. Escribe el filósofo: Cada porción de la materia puede ser concebido como un jardín lleno de plantas; y como un estanque lleno de peces. Pero cada ramo de la planta, cada miembro del animal, cada gota de sus humores es, a su vez, un jardín o un estanque semejante.  Lo fractal sería aquí la mecánica generadora de la materia que hermanaría sus productos vivos a través del principio de la semejanza por compartir un origen común.

 


La música, irresistible como una mujer, podríamos decir.  Pocos pueden escapar a los efectos de la emergencia sentimental a través de una melodía. En una ocasión, Buñuel llora al escuchar una jota. En otra, Borges y su madre, de visita a Estados Unidos, lloran abundantemente al escuchar unos tangos en casa de un amigo.

 





Sibaritas: habitantes de la ciudad de Sibaris. Sensación de alivio, de agradable sorpresa tras enterarme del origen del término “sibaritas” y fascinación con la historia final de este pueblo que parece guardar una enseñanza secreta o moral. El bienestar ha venido justificado porque no es una superconciencia, emplazada en no se sabe dónde, expidiendo definiciones y conceptos implacablemente la que explique el devenir universal sino que es la realidad misma, su azarosa y libre articulación la que lo hace. Es decir, no hay nada estatuido. Las cosas no aparecen hechas ya. Lo elemental posee muchas veces una razón originaria que justifica esa cosa, precisamente, de tal ineludible modo, elementalmente. Y creo que esto puede ser general, que el ejemplo de los “sibaritas”, las “razones etimológicas”, podría aplicarse a muchos otros casos: razones biológicas, sentimentales, ontológicas, etcétera.

 
 
 
 

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