miércoles, 23 de noviembre de 2016

LAS RESISTENCIAS DE UNAS EFEMÉRIDES: LEZAMA LIMA


 

Que la festividad de la Hispanidad se reduzca a polémicas sobre si "desfiles militares sí" o "desfiles militares no", me parece algo bastante miserable y de vergüenza ajena si echamos un vistazo a otras latitudes menos discutidoras y más contundentes. Para mí resulta muy fácil no sólo liquidar toda residual vergüenza sino festejar la fecha: que un Borges, un Cervantes o un Lezama Lima escriban en el mismo idioma es algo lo suficientemente glorioso como para todos celebremos esta fiesta y nos sintamos hermanos de una misma patria: la que conforma una lengua común.

Cito con toda la naturalidad del mundo en esta eximia tríada de nombres el de Lezama Lima, aunque yo diría que, por estos insondables pagos,  todavía pesa sobre él y su pululante literatura una suerte de, no indiferencia pero sí lectura aquejada de cierta languidez.   







Últimamente no paro de escuchar por radio y televisión los homenajes que le están preparando a Buero Vallejo. Cualquiera diría que la efeméride se convierte en pretexto para los que están deseando exhibirse en interminables actuaciones. Naturalmente, Buero se merece estos homenaje, pero uno siempre se sorprende de la súbita cuantía de reconocimientos para unos y de la cuasi absoluta  inexistencia para otros…aunque pertenezcan a los mayores parangones literarios.

Buero recibe su homenaje este año puesto que nació en 1916. Lezama nos abandonó en el 76, hace 40 años. También merecería algún acto de recuerdo; en definitiva los amigos de las efemérides no harían otra cosa que aprovechar la circunstancia. Pero no. O yo, al menos, no he visto por los medios nada muy notorio al respecto. En el 2010, aniversario de su nacimiento, los homenajes tampoco puede decirse que florecieran como vergeles. El nombre de Lezama apenas o no se oyó.  

Esa algo oblicua percepción de la obra de Lezama en España, esa algo tibia reacción ante el despliegue hiperbarroco de una insólita obra que debiera habernos llenado de entusiasmo, y más teniendo en cuenta que se produce en la misma lengua que la de los reticentes receptores, define una perplejidad que no se explica sino por la tardía llegada y mal conocimiento de sus obras, pero que a ojos vistas, actualmente, no puede ya justificarse.
 
 
 
 
A veces he llegado a pensar que Lezama era “demasiado” en el escueto plano de nuestra literatura, que suponía un obsequio   demasiado sorpresivo y demasiado selecto para la provinciana capacidad de la que era capaz de exhibir la ciudadanía literaria española del momento. Una capacidad limitadita todavía hoy, que dirigimos nuestro interés a las producciones literarias norteamericanas como si llevaran no sé qué sello de calidad indiscutible,  y en un momento en que medio mundo vive inmerso en la tontuna interminable de los nuevos jueguecitos digitales,   

 Lezama propone una notabilísima aventura de la palabra y define una teoría poética de la imagen que espera aprovechamientos nuevos y actualizaciones.  Y este tesoro parece ser algo demasiado precioso y extraño para los jóvenes europeos que ya no son barrocos ni simbolistas ni modernistas, ni tampoco surrealistas, solo jóvenes poetas europeos para los que un continente poético como el de Lezama es una rareza extraterrestre. Y es que para los poetas de la era internáutica tales cosas son grandezas que, claramente, les exceden.   
 
 
 

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