lunes, 26 de febrero de 2018

CONSIDERACIONES INTEMPESTIVAS AUNQUE NO NIETZSCHEANAS




 
 
Pudores de la ideología

Cómo malogramos nuestras mejores ideas por una suerte de pudor racionalista. Llega un momento en que te dices que si ciertos argumentos y discursos sobre la igualdad, los derechos de los inmigrantes o contra la pobreza, no se hacen en nombre del amor sino por pura cuestión ideológica, por una especie de adherencia mecánica a la verdad de la cosa, terminan resultando tan indiferentes e incluso criticables y rebatibles como cualquier otra exposición mediática, pierden su excelencia anímica y se suman al con- junto indistinto de los demás argumentos. La izquierda prefiere decir que se pretende justa antes de hablar de bondad o de harmonía.

 

Cuestión semiótico-hermenéutica-exegética.

Pongamos en sano aprieto al Corán. Pregunto: si un texto produce sistemáticamente interpretaciones aberrantes, ¿de dónde proviene el error: de los lectores o del propio texto?

 
 
 
 
Los tesoros estúpidamente olvidados.

Por inercia, los libros de historia musical contemporánea, al acercarse a principios del XX, repiten la famosa tríada, Mahler, Schoenberg y Stravinsky para ilustrar el proceso general del cambio estético y formal que se produjo en este campo. Pero precisamente, las líneas generalistas simplifican y reducen el nombre de los otros protagonistas de estos grandes cambios musicales. Si cito los nombres de Florent Schmitt, Charles Koechlin o Charles Tournemire, por ejemplo, tengo que recordar que los tres son franceses, luchando contra mi manía de considerarlos compositores germanos, y desde luego, contemporáneos estrictos de los otros tres citados, señalando que son compositores de músicas poderosas, soberbias y misteriosas. Por ejemplo, Vers le soleil, las siete monodias que Koechlin escribió para ondas Martenot,  es una de las piezas más fascinadoras que haya escuchado nunca, descubierta por azar en el océano internético, una obra que data de 1939. Nos hartamos de escuchar los nombres de Debussy y Ravel como los maestros del impresionismo, cuando alguna de las piezas de cámara de Florent Scmitt son excelentes muestras de un impresionismo  más sustancial y algo menos sensorialista, pero, a veces, indistinguible de las obras de los autores anteriormente citados y conocidos por todos. La obra para órgano de Tournemire es una de las obras para este instrumento más notable del siglo XX. Uno se pregunta  por qué este olvido, o mejor dicho, esta evitación viciosa, de la cita de sus nombres. Independientemente de una fortuita ligazón de circunstancias o de la discreción personal de estos compositores, yo diría que esta “desmemoria” se produce por nuestra tendencia a la simplicidad y a la estandarización, por querer reducir a toda costa la historia del arte a un par de nombres, lo que lleva consigo o promueve esa pereza amante de los estereotipos y los nombres consagrados  que determinan que obras de calidad semejante desaparezcan o sean injustamente opacadas en el espacio regular de nuestras audiciones.    




 


El abismo.

Considera Cioran que Dios creó el universo para sobrellevar el aburrimiento de su inconmensurable soledad. Para hacerse, de algún modo, compañero remoto de semejante desconsuelo, escribe agudamente: “Sólo oponiéndole otras soledades me siento digno ante Dios.” Es decir, solo mostrando mi radical extrañeza y mi íntimo y definitivo desamparo, puedo imaginar establecer una línea de contacto divino y creer en que la divinidad confraternice con mi desolación. Si este es el principio de una semejanza, la soledad en que toda mi alma pueda perderse, qué pasará con los seres que han muerto jóvenes, con los niños asesinados, con los inocentes que fueron arrancados de tal modo de la vida. Ahí hay algo mucho más radical que la soledad, que no lanza al ser al vacío sino que lo destruye apenas ha empezado a vivir y ni tan siquiera. La historia de todas las víctimas inocentes es lo único que puede motivar a la divinidad a acordarse de este mundo y propiciar algo  de esperanza, de encuentro feliz entre ambos, entre creatura y creador y del que los demás, nosotros, deberíamos también dirimir fases y momentos.  

 
 
 
 
 
Por qué son los gitanos un pueblo maldito.

 Por no escribir. El gran error de los gitanos no es considerar la mendicidad un modo de vida, haber convertido el pedir limosna en una profesión cuando no lo es, sino el no tener memoria de lo que los convirtió en un  pueblo itinerante, condenados a no poseer ni patria ni gobierno, es decir, no haber escrito sobre las circunstancias y motivos de la expulsión de donde vivían. Los gitanos poseen cierta literatura y cierta desleída mitología, pero no tienen, que yo sepa,  una leyenda, un relato que explique más allá de lo circunstancial, el porqué exacto de su conversión en un colectivo  eternamente marginal y errante.

 
 
 

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