viernes, 11 de enero de 2019





BITÁCORA MÍNIMA

A veces pienso que comunicar el dolor a los otros es, por un lado una quimera, y por otro, una muestra de poca consideración pues implica exigirle al otro una atención excesiva, desmesurada. Habría que sentirse satisfechos con haber dicho algo, lo mínimo, con haber articulado una escueta pero elocuente imagen moral de lo que te pasa y no intentar ir más allá. Si intentas ser exhaustivo agotas las posibilidades del otro de comprenderte y laceras su paciencia. Al otro le basta una foto, un gesto tuyo para enterarse de en dónde estás anímicamente.

 

El espacio en tanto que noción aventurera se inauguró en mí a través  de las películas americanas de mediados de los sesenta: coches largos y casas al borde de la carretera, cercadas de  césped. El espacio es un importante componente semiótico de toda narrativa y no hallo sensaciones de entusiasmo en una película si no aparece más o menos manifiesta esa largura del espacio norteamericano fundador en la que se instala más que un tipo de acción, la invitación del infinito, del viaje poético. Además, ese espacio ha generado un vívido folklore : las películas de carretera, la literatura de un Kerouack, la música de un Dylan.    




Desde que entró el partido socialista en el gobierno, televisión española despide ideología, cuando no, casi aleccionamiento, en muchos de sus programas. La guerra Civil, otra vez, como serie los sábados por la noche, cierta tendenciosidad en la elección de la información diaria,  adoctrinamiento camuflado en series de sobremesa sobre la homosexualidad, claramente. Y no hablemos de Radio Clásica. Suena ahora el triple de jazz que en programaciones de temporadas anteriores, y hasta se escucha música ligera a lo julio iglesias. El mensaje un poco tonto que entiendo es: popularicemos el ámbito de la música seria, que no sea un arte para minorías, rebajemos la exclusividad de toda presunta exquisitez que se pueda identificar con el mundo de la música clásica. Como si tal popularización fuera necesaria o deseable. Una tontería, vamos.   




Des-codificar, DECODIFICAR. Nada, no hay manera con este término. Se ha colado este galicismo que nos usurpa miserablemente el sonoro y español des, y los inocentes hablantes pronuncian el verbo sin gracia y borreguilmente, aunque se acepte, porque no hay más remedio por el empuje tecnológico, decodificar y decodificador. Supongo que también asistiremos a marciales de-files y de-andaremos lo andado.



André Maurois no es precisamente un autor que me vuelva loco, es más, me interesa bastante poco, pero ha caído en mis manos un diario que llevó durante su estancia a principios de los años cincuenta en Estados Unidos, y el texto se lee con interés y gusto. Tales características no son precisamente mérito absoluto de quien escribe, en este caso, André Maurois, sino características formales y habituales de los diarios: precisión, rapidez, articulación efectiva de la información por el estilo directo empleado, pues son los hechos, el ritmo de los mismos los que secuencian la frecuencia semántica del texto.



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