miércoles, 15 de enero de 2020

PUNCIONES IV


He estado visionando una amplia selección de los programas televisivos de A fondo, del periodista Joaquín Soler Serrano – por cierto, me ha sorprendido que naciera en Murcia-. Un giro distinto a la costumbre del día ha provocado que me haya demorado delante de la pantalla del ordenador. Finalmente qué sensación de entrañable humanidad y festejo de la inteligencia. La belleza moral, la inteligencia no se exhiben violentamente ni lo son contra nadie. Eso es lo estremecedor en todos los entrevistados y que resulta del visionamiento de las entrevistas: nada de lo maravilloso que hay en las personas es resultado de un control dirigido contra alguien o algo. Todo el mundo es inocente de la agudeza y creatividad que posee, todo el mundo, mientras ha sido consecuente con su vocación, y ha efectuado todos los pasos naturales y vitales de la existencia, resulta salvado por ese cumplimiento en el mejoramiento del mundo. A punto de llorar por el tesoro de belleza y humanidad que reside en cada uno de nosotros,   ejemplificado, en este caso, en las vidas de estos creadores, escritores o científicos entrevistados.










El cerebro y las movedizas y engañosas pareidolias.
Cae polvo de talco en el suelo del cuarto de baño. Lo piso, inadvertidamente y  me doy cuenta después de las sorpresivas figuras que se han formado por azar. Varias caras de héroes de Marvel: el hombre de hierro o el capitán América. Las figuras son tan insólitamente claras que decido fotografiarlas. Con la cámara digital, hago unas cuantas fotos desde distintas perspectivas, apuntando a las caras y cuando voy a pasar las fotos al ordenador, ante mi pasmo, lo que sale es un gran borrón en el que es imposible distinguir nada. Me sorprende bastante porque yo veía, distinguía perfectamente, las caras. Es la cámara quien  no parece verlas…. Posiblemente lo que la cámara haya registrado sea lo que objetivamente se ve en el suelo, y las figuras que yo advierto, son construcción de mi cerebro, una traducción de los tiznajos y arrastrones del polvo sobre el suelo.  Es decir, que la cámara es incapaz de inventar, de amoldar sombras hasta darles forma inteligible, cosa que yo hago sin darme cuenta: soy yo quien delinea y esclarece la broza que tengo delante. Mi cerebro prefuiere ver formas a no ver nada.   

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