jueves, 23 de enero de 2020

UNA VISITA A PORTUGAL. Hans Christian Andersen





Andersen estaba obsesionado con España, con lo que iba a encontrar en nuestro país, y sobre todo, con las mujeres españolas, de mirada ardiente y cautivadora. Antes de esta incursión en tierras portuguesas, Andersen atravesó la piel de toro y se quedó asombrado con la desmitificación de los estereotipos que sobre los españoles circulaban: estaba temeroso tanto de los malos servicios de las diligencias como de la peligrosidad de los caminos españoles infectados de bandoleros, aunque para su pasmo, las diligencias funcionaran perfectamente y no se topara con ningún ladrón ni sufriera en todo su viaje, percance denunciable alguno. Andersen venía de admirar la cultura francesa y cuando llega a Barcelona se queda patidifuso ante los restaurants que juzga mejores y más grandes que los galos. Disfruta hasta el éxtasis con el paisaje, con el clima, con los rostros pícaros de las españolas y sus piececitos tan pequeños. Admira el casino de Murcia, donde toma algún refrigerio y no descubre lo que es una auténtica posada española hasta llegar a…¡Orihuela!, - alguna casa ubicada en lo que hoy es la pedanía de Desamparados - ciudad en la que se reseña el aspecto de la catedral y el cuartel de artillería. Cito este recorrido de Andersen por nuestros lares, porque en comparación, su viaje a Portugal, aunque agradable y no desprovisto de descubrimientos, no supuso para Andersen idéntico disfrute de destinos envueltos en una mitología romántica previa.
En Portugal tiene la suerte de que un miembro oficial del gobierno luso que, además, dominaba el idioma de Andersen, lo acogiera en su casa. La relación posterior con personas de la embajada, añadió comodidad y seguridad al camino que Andersen realizó en Portugal.
Ya conocemos lo que un viaje implica de estimulante e iluminador tanto para el cuerpo como para la psique,  y podemos imaginar de qué sabrosas y excitantes expectativas se  pertrechaban los viajes a tierras lejanas  en otros tiempos.
El viaje a Portugal se traduce en visitar casas de amigos, palacios, conventos, fincas, ciudades y pueblos sin grandes anécdotas a destacar. Aunque ya ha viajado a España, con el consecuente choque entre realidad y estereotipo, en Portugal se sabe, todavía, en paradero cálido, y subsisten los prejuicios. Al viajar por el Tajo, las personas con las que se encuentra en el barco o leen el periódico, o se protegen del sol con sombrillas o se dedican a jugar si son niños. Andersen ve aquello tan tranquilo y habitual, es decir, tan poco pintoresco,  que le sorprende encontrarse en un país del sur…
Pero también habrá momentos de expansión y fiesta, junto al fuego, bajo las estrellas,  de los que se quedan grabados en el alma y que impactarán en el recordatorio de nuestro viajero. En el vapor en que regresa a Burdeos para de allí, partir a Dinamarca, su país, se produce algo de significativo simbolismo teniendo en cuenta que es ya el último tramo de su viaje: sin poder dormir ni atreverse a encerrarse en su camarote, piensa en la muerte de una conocida suya, cuando se incendió el barco en el que viajaba. Angustiado, sale a cubierta y descubre la infinitud del mar, que en plena madrugada, resplandece con luminosidad propia bajo el cielo de la noche. La belleza  de la vista es tan poderosa que le reconforta de sus inquietudes y consigue que el escritor danés, duerma tranquilo hasta el amanecer. Para entonces, ya se encontrarán atravesando el golfo de Vizcaya y pronto alcanzarán las costas de Francia. A nuestro viajero le costará despedirse, pese a todo, de tan bonito país de las latitudes meridionales, que le ha dado ocasión para evocar a Camoens entre árboles de pimienta y estanques repletos de lirios de agua.     

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