jueves, 19 de marzo de 2020

PUNCIONES





¿Por qué la recepción artística de los prerrafaelistas me parece más intensa, más inmediatamente perceptible que la de las grandes obras de los pintores renacentistas, por ejemplo? Creo que se trata de una cuestión de articulación  espacio-temporal. Los artistas italianos se me pierden en sus grandes talleres, trabajando frescos en iglesias. Ese mundo de mecenazgo sacro, ese mundo de príncipes, cardenales y papas no me resulta cómodo ni íntimo. En cambio, los prerrafaelistas, pertenecen a una época que me resulta más inteligible, más próxima, más secreta. Fueron estudiantes de Bellas Artes que viajaron por su país y por Italia y luego regresaron a su casa donde tras procurarse una clientela, supongo que burguesa, se dedicaron a pintar. El aire mágico que percibo en sus cuadros, esa capacidad de reproducir ámbitos antiguos, la razono como una facultad del subjetivante y romántico siglo XIX para soñar, desde los confines de los modestos talleres o desde las casas, ambientes y paisajes remotos y mitológicos. Casi veo más mérito – entiéndase la proporción - en las obras de algunos artistas del XIX que en las de los clásicos, al ser la época más modesta, más limitada, más doméstica, menos épica. La posibilidad de crear una línea, un estilo que evocase o fuese versión romántica de lo clásico, me hace soñar con fuerza embriagadora. En los clásicos la musa era menos misteriosa y más fruto de esa capacidad artesanal que produjo lo sublime e irrepetible como el continente que respondía a las formalidades y habilidades del momento. Los prerrafaelistas y compañía, tienen un catálogo de motivos más limitados en la realidad si se exceptuaban los de la tradición anterior. Al recrear los motivos de tal tradición, proyectan una vena onírica sublimada a través de sus creaciones: esos ojos de musas y personajes griegos, esos perfiles, esos estanques, ese mar mediterráneo perfilando el horizonte de delicados encuentros en el templo …




Claro que esta vida no tiene sentido. El sentido viene después de esta vida. Y si no lo hay, no pasa nada. Es suficiente y es bueno que lo hayamos imaginado o creído intuir. Lo que importa es lo que soñamos, a lo que aspiramos o quisiéramos aspirar.




Somos mensajeros de los dioses sin saberlo apenas. Escribamos, pintemos, compongamos. Nuestra obra, lo queramos o no, se hace depositaria viva de todo lo que hemos soñado, sospechado, temido, ansiado.

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