martes, 30 de junio de 2020

FRECUENTANDO A SIJÉ



Encuentro en Bucarest de traductores, escritores y directores de revistas literarias. En la foto, pueden verse a Joaquín Garrigós, con el micrófono; Elelena-Liliana Popescu, Fernando Iwasaki, yo mismo con camisa roja, Najmías y  y José Luis Zerón. 2006. 

EL  HURTADO PLACER DE LA CONVERSACIÓN

Continúo hallando puntos de conexión entre el presente nacional o local, y lo denunciado o comentado por Sijé en sus artículos periodísticos.
Se quejaba Sijé, en un artículo publicado en El Sol, en el año 1931, de que la política teñía de tal modo cualquier tertulia, que el placer de la conversación, algo tan particular y estimado en la vida social del país, había casi desaparecido, secuestrado por este prurito insaciable. Lo político, la obsesión política cubría el horizonte de tal manera, que toda otra alternativa de discurso o de observación, quedaba opacada o expulsada de la tendencia común. Por ello, dice Sijé, que descuidamos nuestro mundo interior, que este se ha reducido a una sutileza casi imperceptible ante el imponderable político. Si tenemos en cuenta el contexto social y en qué iba a desembocar – la contienda civil – ello casi justificaría aquel enfrascamiento general de la población.
Del mismo modo, con, quizás, más indignación que nuestro sabio articulista, se manifestaba el hispanista francés Jean-Claude Rabaté, este año pasado,  cuando al presentar una biografía sobre Unamuno, en un programa de entrevistas emitido por el canal público 24 horas, dijo, visiblemente exasperado: ¡España está enferma de política!  
Cuando el hispanista decía esto, el debate sobre la independencia catalana paralizaba todas las cadenas de televisión y las ediciones de los periódicos.
Sijé más que denunciar la decadencia de las tertulias, exponía un hecho concreto: la sustitución de la libertad temática de los tertulianos por el “monografismo” político, como rezaba la definición de Eugenio D´Ors.
Cuando ahora nos quejamos no de la decadencia sino de la inexistencia de las tertulias, tanto televisadas como practicadas por nosotros mismos, no hacemos sino sumar otra ausencia más, otra desposesión más a la melancólica lista que nos califica como posmodernos, posindustriales y, ya puestos, pos cualquier cosa que antes se ejerciera con soberanía y naturalidad. Lo dijo una vez el agudo escritor francés Jean Baudrillard, invitado a un programa que dirigía Sánchez-Dragó: el hombre actual está asistiendo a una suerte de nuevo Auschtwitz, en el cada tras cada sesión, se le va despojando paulatinamente de cualidades y hasta de derechos.
Actualmente se habla, cómo no, de la pandemia, pero creo que tenía razón Sijé: nos importa poco, a pesar de cómo sean o no las circunstancias que se vivan,  el mayor tesoro que poseemos y que es nuestro más preciado y especioso laberinto de contenidos y posibilidades: nuestra propia alma. Se ha impuesto un discurso de intereses civiles, sí, pero cuasi parece que hablar de metafísica, de arte, de espíritu, de la historia de las ideas, esté tácitamente prohibido.
Si como afirma, dolido, Ángel Gabilondo: Cada vez hacemos menos cosas, juntos, el arte de la tertulia, desde luego, es una de esas cosas que antes, con más entusiasmo y tiempo que ahora, sí hacíamos juntos con soberano gusto.   

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