martes, 7 de julio de 2020

FRECUENTANDO A SIJÉ






ADMONICIONES DE LA ESCRITURA

Cada época posee sus repertorios literarios y simbólicos. El escritor que tenga imaginación y una elemental maestría literaria, puede sellar instantes para la memoria, sean estos de la naturaleza que sean: históricos, discusivos, emotivos... El catálogo de Sijé es lo suficientemente preciso y evidente, a pesar de su precocidad,  para volverse entrañable en la evocación de un mundo que, en parte, ya es irrepetible.

En el Diario de Alicante, Sijé publica un artículo que es un elogio al libro y a lo que la lectura de libros supone de benéfico para la persona. Obviando que hay libros malos o meros productos olvidables del mercado, Sijé solo ve lo sublime que un libro puede contener o revelar y escribe sin afectación, imitando cierto famoso pasaje del Evangelio: Bienaventurados los que aman los libros porque sabrán la verdad. Nótese que no dice bienaventurados los que leen, que, quizá, ahí sí que hubiera sido  ingenuo al pensar eso. Especificar “los que aman”  supone un detalle cualitativo más especial: se valora el idealismo por un lado y por otro el gusto por el conocimiento. El que ama los libros, lleva implícita la tarea de leerlos. Mientras que el que sólo los lee, puede ser un lector ocasional y no participar del culto a los libros o de un amor especial por sus contenidos. El que ama los libros se eleva a cierto rango de universalidad, se inviste de buenas y fructíferas intenciones. El que ama los libros no es precisamente un bibliómano, sino un alma que inaugura por sí misma la mejor elite lectora: la que se entrega a la aventura conceptual y sentimental que es el libro.  






Resulta curioso comprobar cómo para nuestros abuelos, ciertos autores procedentes del período romántico, todavía poseían un prestigio que los convertía en referente más o menos secreto de cierta concepción pasional de la literatura. Podríamos decir que existía una complicidad en el elogio de ciertos nombres a los que se hacía poseedores de valores espirituales y estéticos. Uno de estos nombres famoso, todavía, en época de Sijé fue el de Alfred de Musset, figura de culto para las almas románticas. En un artículo publicado en El Diario de Alicante, Sijé le dedica unas reflexiones al escritor y poeta francés en el que tras evocar ligeramente al personaje, actualiza el debate entre romanticismo y clasicismo. La distinción crítica, la significación profunda de los caminos de un estilo al otro, de una tendencia a la otra, fue materia de su famoso ensayo La muerte de la flauta y el reino de los fantasmas. En realidad, en el artículo, Sijé utiliza el nombre de Musset como pretexto parta hablar sobre el romanticismo y sus derivaciones  históricas. Sijé define muy bien las revoluciones políticas como producto típico del romanticismo, recalcando el carácter anticlásico y humano de estos grandes movimientos sociales. Advierte que esto es lo que debe la humanidad al romanticismo, la apertura de un mundo nuevo y la lucha contra las viejas estructuras a favor de lo vislumbrado o requerido con pasión. Octavio Paz matizaba que debíamos al romanticismo, sobre todo, una nueva sensibilidad y Bertrand Russell clasificaba al nazismo como revolución romántica. Pareciera que la legitimidad de toda reivindicación hallara su contrario al extremo de tal reclamo.
Sijé concluye su artículo volviendo con más propiedad sobre la figura de los poetas románticos a los que no duda en definir como ángeles a propósito de una aguda cita de Cocteau quien tilda a los sufridos poetas como ángeles conminativos. Esa conminación tiene hoy un débil recorrido en un mundo saturado de política y periodistas, en el que al literato se le reserva un sosegado margen de diluido protagonismo social.  Difícilmente pueden hoy ser los poetas la voz del pueblo si no hay pueblo inteligible y las voces singulares están secuestradas por las modalidades del discurso de lo políticamente correcto.   


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