miércoles, 14 de abril de 2021

POEMA



SECUENCIAS

 

La copa del árbol,

súbitamente, se eleva,

sostiene el margen celeste.

Es el difuso límite

de dos cielos.

 

La copa flota como una nube.

Bajo su verdor horizontal

el tronco se desliza

como serpiente mitológica

y penetra en la esponja terrestre.

 

En torno al perímetro del árbol

se extiende

el aire redondo,

hornacina de implosiones,

rosa invisible.

 

**

 

 

Muerdo la hora

y la sustancia del tiempo

hace brillar mis sienes.

Soy de pronto

una estatua que,

sin embargo,

titubea entre los nimbos,  

producto

del atrevimiento del sueño.

 

**

  

En el ángulo más insensible,

soy,

pálpito no infundado.

La lluvia

me hace recordar

ese grato fluctuar

en la sombra.

Entonces, soy la hojarasca del tiempo,

la herrumbre de un pensamiento milenario:

yo, que me obstino en morir

bajo tanta luz

sin conseguirlo.

 

**

 

 Me refugio en la sombra

pero soy luz.

Ahora lo sé, de nuevo,

cuando las horas han mirado

mi abandono

y los rayos del sol

han reconocido

el brillo propio

de mis pupilas.

Retorno

con esa melodía

en la que identifico genealogías y océanos.

 

**

 

Lo vegetal acuña mitologías blandas

y milenarias.

Todavía arrastro mi nombre

bajo las lianas petrificados del atardecer.

Me venció la molicie de un morir melancólico,

pero debo encarnarme en mí

si deseo doblegar

las heridas del presente.

 

**

 

Comprendo el sueño de las violetas,

la desazón de los helechos.

No me encarno

en ninguna demiurgia gnóstica:

me trasciendo,

ahora

que me reconozco

y el día me lleva.

 

**

 

Imagino la raíz del árbol

articulándose

entre los gránulos

y las vetas profundas.

Las raíces

son como una mano hambrienta

que no traza brechas

sino para inseminar

a los soles de la noche,

esos cuerpos que

danzan al final de las savias. 

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