jueves, 20 de enero de 2022

Paul Valéry MALOS PENSAMIENTOS




Excitante descubrimiento hice el sábado pasado, tanto como que me salvó la tarde de naufragar en  olvidos y ansias. El fulgor del pensamiento volvía a confirmar el poder de su rayo seminal, su capacidad estimulante y resucitadora.

Se trata de un texto de Paul Valéry, insólitamente inédito hasta ahora en nuestro idioma. Todavía a estas alturas los grandes autores  se reservan el privilegio de sorprendernos con obras singulares.  Adquirí el volumen  a pesar de que he sometido a la figura de Valery a una serie de desmitificaciones y recuperaciones poético-críticas, motivado por aquellas displicencias que Ortega y Gasset y Borges le dirigieron en su momento: ambos dudaban  de la solvencia de Valéry como pensador. Borges lo admiró puntualmente; después, las escasas veces en que se refirió a él, no fue, ni mucho menos, tan elogioso. La nota que le dedicó en Otras inquisiciones fue, al parecer, un espejismo, aunque el retrato que hiciera del escritor fuera cabal y exacto.

Cuando era adolescente, recuerdo la intriga que me producía Valéry al encontrarme con su nombre e imagen en las páginas de alguna enciclopedia. Si este era el poeta que continuaba la obra de Mallarmé, cómo diantres sería su literatura tras el grado de experimentación y desasosiego estilístico que caracterizó la búsqueda de su maestro y predecesor, don Stéphane Mal-armado.

En este conjunto de notas Valéry quiere hacer notar al lector que ha llegado a cierto límite perceptivo y que la hora de hacer concesiones se ha acabado. Si entendemos el pensamiento como la aventura secreta más especiosa, Valery no va a prescindir en sus investigaciones del placer de atravesar laberintos y del lujo de describir lo vertiginosamente superado y asimilado. Cualquier rincón de esos laberintos posee esquirlas, átomos de verdad que la precisión del escritor francés no va a pasar por alto, entre otras cosas porque cualquier mínimo trazo de realidad comprendida determina nuestro lugar en ella.

Aforismos, pequeños relatos, notas captadas en el duermevela, fragmentos dialogados son las distintas formas bajo las que Valéry nos muestra   el resultado  de sus preciosos tanteos.

Creo que lo que define a Valéry y nos lo muestra en el horizonte de los descubrimientos intelectuales y revoluciones filosóficas que han caracterizado a la modernidad en sus últimos episodios es ser el  representante de   algo así como la vigilancia profana de la delectación intelectual dentro de la tradición francesa.  El no ser un profesional de la filosofía es algo que, con respecto a lo dicho, le ha beneficiado, pues su obra no se ha convertido en rehén de ninguna escuela salvo la perteneciente a la pura racionalidad, lo cual facilita que se nos muestre franco desde su atalaya y proclive al encuentro regular con la sorpresa intelectual:

Lo que no se parece a nada no existe.

Los buenos recuerdos son alhajas perdidas 

Las ideas no tienen más que un valor transitivo  

Valéry es un poeta que piensa, y que considera una obligación dar cuenta de las fases y secuencias que el abordamiento del pensamiento, revela ante la mirada alerta. En este punto, no es ostentoso sino que nos muestra los resultados desde el juego revelador de una escritura que se atiene a lo percibido y se goza en aparecer exacta. Este acomodo a la seguridad luminosa de lo reflexionado nos recuerda esa ausencia de vanidad que Eliot detectara en él, sustituida por el placer intelectivo.


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