lunes, 6 de febrero de 2023

BARROTES CARCELARIOS Y COMEDORES DE CEREBROS



Desde las dos Guerras Mundiales, en especial desde la Segunda, este mundo moderno se ha revestido de tal criminalidad, de tales desmesuras en todos los aspectos  que resulta vano o vanamente tautológico que el arte intente demostrarlo de un modo presuntamente más específico o elocuente.

¿Puede el arte representar el espanto nuclear, los genocidios de los campos de concentración? Recuerdo haber leído hace tiempo unas críticas tachando los cuadros que pintó Dalí sobre la Segunda Guerra mundial como prescindibles, incapaces de expresar la destrucción o el dolor, consecuencia del conflicto.

 Ante los horrores más feroces de nuestro mundo moderno, el arte que pretende representarlo es mera imaginería. Históricamente, quizá sólo Goya habría sido capaz de comunicar la desolación que produce la guerra en la vida por ese crudo aire de sordidez que flota en sus obras.

Aclaro todo este punto a propósito de la exposición que se encuentra en el museo de la Cárcel Vieja, en Murcia y en donde nos podemos encontrar con un florido despliegue de obras de Lidó Rico.

Sí, a la mismísima cárcel he tenido que acudir para encontrarme con una plástica representación de la pesadilla, a propósito de lo que fue tal lugar, memoria turbia que el artista yeclano aprovecha para adensar atmósferas y explotar lo deprimente.

Dicho lo anterior sobre la cierta inutilidad del arte de las posguerras para representar el Mal absoluto, no me extiendo en la descripción de lo que vi en la cárcel museo de Murcia, este sábado. Uno diría, someramente: vaya pasada. Unas piezas son notables, otras son un tanto superfluas, casi diría cursis si el artista no se obstinara en utilizar cerebros para puntualizar el abismo y la locura.

Se agradece la implicación total y física del artista, capaz de obtener el molde de su propio cuerpo para incorporarlo serialmente en la exposición, como también la intencionalidad de lo expuesto teniendo en cuenta qué fue la sala de exposiciones antes de convertirse en el admirable centro artístico que es ahora.

Un artista es un productor de formas. El talante ético-estético de tales formas es lo que va  a impresionarnos de un modo u otro. Lidó Rico aquí no ha querido limitar su productibilidad y nos invita a la considerable pesadilla que supone de amotinarnos contra la vida.  

 












































































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