martes, 4 de abril de 2023

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Leyendo la edición integral en Siruela de los Tratados de Harmonía escritos por Antonio Colinas. Se nota la sensibilidad del poeta en la elección de temas y espacios, en la tónica con que disfruta del silencio, de las noches de verano, de los estados de contemplación. Propiamente, Colinas no analiza en profundidad: detecta revelaciones huidizas. En definitiva,  se porta como un poeta no como un filósofo: señala los signos.  

 

 



Leyendo las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer en una edición facsímil aparecida en los años treinta. El librico resulta tan delicioso con sus ilustraciones de época, que lo adquirí sin pensármelo. Cómo afecta la forma al contenido. Leo las conocidas rimas del poeta romántico con delectación. Admito que tengo que luchar contra los versos más famosos, los más estereotipados. Cuando atravieso esos prejuicios instalados en nuestra cabezas durante tanto tiempo, los poemas parecen bullir, las imágenes rebosar. El diseño del libro, el color de las páginas, la tipografía, todo es tan encantador que el texto fluye en la lectura.

 




Leyendo la poesía de Andrés Sánchez Robayna. Este autor siempre me ha parecido algo secreto y elusivo. Nunca lo he visto en televisión, en ningún programa cultural, en ninguna entrevista. Ha tenido que venir Internet para que podamos escuchar su voz. Supongo que toda esta intriga no será por su simple ubicación geográfica: vivir en Canarias.  Al final, supongo que va a ser esto. Su poesía, en principio me gusta. Es meramente descriptiva: imágenes de la naturaleza como plásticas expresiones anímicas. Si lees mucho, acaba pareciendo algo monótona. Pero su delicadeza guarda el misterio.

 

 



Leyendo la obra poética de Barral publicada por Lumen. En principio sorpresa por lo rebuscado y complejo del estilo, luego, cierto fastidio porque el poema, ahogado por un proceso de intelectualización que pretende potenciar los recursos expresivos, se ve ahogado y pierde inteligibilidad. A continuación, intento perdonar al poeta por estas maniobras e intento aceptar  la presunta complejidad que me ofrece como camino legítimo  de la escritura poética, pero no acaba de resultar. Cuando el poema no explicita en sí mismo sus laberintos sino que se precisa de notas a pie de página o algo semejante para descifrar lo que pretende comunicar, se produce una incomodidad que aprueba, a su vez, el legítimo el deseo de dejar de leer y abandonar el texto a sus pretensiones. De todos modos, como estamos en el campo de la plasticidad sin límite que supone la musa poética, procuro, finalmente, que sean las propias palabras las que me sugieran pasajes placenteros en vez de descifrar prioritariamente lo que significan.

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