viernes, 27 de octubre de 2023

BAUDELAIRE: LA INTELIGENCIA Y LA PASIÓN DEL ADORADOR DE VAMPIROS




Imposible prescindir de Baudelaire. Es demasiado denso y preciso, ineludible y generoso, vulnerado y rebelde, ideal y sacrificado, próximo y único.

Me gusta Baudelaire porque es el mayor cómplice del lector futuro. Su entrega apasionada e hiperlúcida a su material poético, al mundo que le rodeaba, atraviesa todo estatismo contemplativo y asume siempre el carácter de una protesta. Todo lo que Baudelaire observa, lo hace con tanta pasión como inteligencia. Su racionalidad le sirve para que ningún detalle escape a la investigación de su origen, su pasión para que se efectúe la comunión con la belleza o el dolor que sus poemas pretenden representar o comunicar.

Ya hable de personajes urbanos, de crepúsculos o de vampiros, del amor o de la lujuria, del tedio o de los paraísos artificiales, su impregnación como autor que crea o como hombre que sufre, hace que su mundo se encarne en un escenario tan vívido como crítico, superreal, en suma….

Baudelaire, como todo gran poeta se desespera. Lo tremendo es que ese es su grado de sensibilidad habitual. El mundo ofrece aspectos intolerables, repulsivos, lamentables. Él solo percibe el mundo de este modo, un mundo que evidentemente, no le gusta y ante el cual uno no puede sino huir. La huida al refugio de la belleza, el arte, el sexo, o el viaje considerado un bien en sí mismo, casi sin destino, el viaje en tanto que viajar implica escapar de las podredumbres que te rodean en tu vida cotidiana.

Por ello Baudelaire es tan radicalmente moderno, porque ante las condiciones exasperantes de un mundo que se sume en la tristeza y en la miseria, aconseja embriagarse, embriagarse con o de lo que sea con tal de trascender mínimamente ese espacio vital decadente que nos ciñe y limita.

Baudelaire no defrauda, sino que continúa desde su tenso ayer alcanzándonos con su acusación de un universo culpable de sus males y gritando su deseo de salvación y belleza.

La magia de Baudelaire reside en que con su arte cerca un mundo con tanta exactitud anímica e imaginal que lo brinda con semejante sello de autenticidad a ese lector del devenir que, de pronto, somos nosotros que nos hemos aventurado a viajar a través de los pasajes de la historia y de la literatura.

Las lecturas que un Walter Benjamin hizo de su obra y de su figura justifican su referencialidad. Una bibliografía de los protagonistas de la modernidad estética redunda en su nombre como autor y testigo de la misma.

Yo leo a Baudelaire con el placer de asistir a un mundo tan crispado y denudo como bello, en definitiva, tras el trance de su existir. Las conexiones de ese mundo con el nuestro evidencian una magnitud de la experiencia humana generosa en el muestrario de sus convulsiones y metamorfosis.

El siglo XIX parecía tranquilo y ensoñadoramente burgués, hasta que Baudelaire constató la incomodidad, el secreto desasosiego que se deslizaba bajo el baile de máscaras. Por tal atrevimiento juzgaron de malsanas sus Flores del mal  llevando a juicio a su autor y prohibiendo su publicación.

Con más o menos descaro, yo ahora, disfruto de los poemas y de las escenas baudelerianas, sin atreverme a afirmar que todo mal pueda ser conjurado por la escritura y ser límpidamente poetizable. Con mi lectura gozosa no quisiera sino afirmar el vibrante legado de un poeta brillante y el modesto homenaje de los lectores a quien ocupa el trono, envuelto en lunas rojas y crepúsculos, de ser el primer poeta maldito.

 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

te leemos

Anónimo dijo...

te leemos

José María Piñeiro dijo...

Lo tengo en cuenta. Muchas gracias.

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