lunes, 18 de marzo de 2024

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet




Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un encanto singular, precisamente por estar relacionados con los instantes más significativos de una tendencia artística en cualquiera de sus expresiones, y que debido a esa circunstancia y a ese encanto específico se convierten en referentes de nuestros gustos,  de nuestra memoria más sensible, incluso en lugares de ensueño de nuestra historia íntima.

Esto me ha ocurrido con la Generación del 98, con el romanticsmo de un Bécquer, con las primeras décadas del siglo XX y el florecimiento espectacular de las vanguardias y también con la Francia finisecular, simbolista e impresionista. En el momento histórico de cualquiera de estos ejemplos me hubiera gustado vivir, haber sido contemporáneo de Unamuno, de Picasso, de Satie.

El libro que coloco con delicadeza en el visor de este blog es un testimonio oriundo de uno de estos confines soberbios del arte y del pensamiento occidentales.  Julie Manet, la hija del famoso pintor Manet, llevó un diario entre los años 189 y 189…, y empezó a redactarlo con 14 años.

Rodeada de artistas y poetas, la hija del pintor tuvo la suerte de no sólo venir al mundo en uno de los momentos más propicios del arte moderno, sino de hacerlo en el ámbito familiar de alguno de los protagonistas de tal acontecer.

Este detalle determina el tipo de producto que es este diario teniendo en cuenta la edad de la escribiente y el espacio -tiempo en que se desarrollan sus vivencias.

La Francia de la Belle Epoque que acuñó el material vivo de la obra de Proust, la Francia de las últimas décadas del XIX, que fue la cuna del simbolismo literario y amparo de una sensibilidad generadora de pintores novedosos y experimentales, conforma entre mis preferencias un universo delicioso y ensoñador. La especificidad francesa en estos tiempos consiste en esta suma de delicadezas que se han concretado en obras tan únicas como la musical de un Debussy o la poética de un Mallarmé. El impresionismo musical y el simbolismo literario parten y se consuman en los mundos inaugurados por estos dos maestros.

Precisamente uno de ellos, el sacerdote oscuro de la palabra, Mallarmé, será uno de los vecinos con quien Julie Manet saldrá a pasear, tomará el café y departirá anécdotas junto con el resto de familiares. El diario de la hija del pintor consta de todo esto, de este vivir que se me antoja paradisíaco por todos los aspectos que reúne: por la presencia constante de la naturaleza que envuelve con su frondosidad, por esa convivencia diaria con sensibilidades artísticas, y sobre todo por la pureza de quien escribe, una adolescente.

Lo que Julie anota son paseos luminosos entre flores y mariposas, jornadas de pintura durante el verano al aire libre, meriendas a orillas del Sena, excursiones a grutas de cuevas y rincones del bosque todavía no visitados, viajes en pequeños barcos,  poéticos visionamientos de la luna reflejándose en los surcos movedizos del agua del río…

La limpieza y franqueza con que Julie escribe constata el encanto tanto de la experiencia como del espacio en que ese vivir entrañable se  sucede, puesto que  tal espacio se reviste de significación al ser la demarcación vital de unas existencias cuya imaginación inauguró mundos en el universo artístico y literario universales.

Leo las precisas y candorosas notas de Julie con sana envidia: se constituyen  en las transparentes confesiones de una privilegiada, de la integrante natural de una comunidad de sensibilidades que con esa naturalidad  abrieron un capítulo determinante en la pintura y poesía modernas.

Como decía Barthes en su libro La cámara lúcida, al contemplar las desvencijadas ruinas de un convento español en una foto antigua: es que me gustaría vivir ahí. Pues del mismo modo ese conjunto de luces formando estampados en la hierba y en los lienzos de los pintores junto al Sena, ese perderse entre los altos juncos, la casa de Mallarmé junto al río, esos días de verano dedicados a nada, a hacer acuarelas y a gozar, todo este conjunto de motivos que Julie Manet nos describe con justeza me hacen soñar: soñar con viajar al pasado para dedicarme a evolucionar por sus deliciosos confines de brezos y óleos.   

 

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