La imagen me encanta. Supone para mí un entorno familiar, pero al comprobar la fecha de composición se produce el desencanto: años cuarenta. La epoca de la posguerra no me seduce de ninguna de las maneras. El cuadro se inviste de pobreza, de escasez. La acequia, la casa que me encantaban ahora me deprimen.
Aquí, la fecha de creación no se convierte en un obstáculo a la hora de disfrutar y contemplar la obra pictórica: fines de los sesenta. La pieza está exquisitamente realizada. Lo impecable de su factura me hace recordar ciertas obras de Magritte. Esa quietud, esa perfección de la pincelada, ese color evocan la singularidad ilustrativa de una estampa. Curiosamente, la exactitud de la pincelada hace surtir cierta irrealidad fascinadora: la homogeneidad de lo representado. Todo está integrado en cierta atmósfera.
Cuando la abstracción es lírica lo prefiero a cuando es lo abstracto, meramente. Aquí, en esta pintura el fondo contextualiza notablemente la conformación más o menos gratuita del centro, ubica el fenómeno, le da cierto apoyo narrativo. La pintura abstracta tiene a su favor poseer cierto aire atemporal, lo que le da a sus obras un margen de significación muy abierta y de alcances libres, es decir, de poder alusivo.
La pintura de una escultura ya indica lo intrincado del lenguaje artístico cuando decide ilustrarse a sí mismo. Los objetos levitando en torno a la escultura más o menos ecuestre hacen referencia al mundo teórico de la estética. Son pistas alusivas que juegan a despistar. El laberinto de las vanguardias es lúdico, a pesar de todo.
El desfile de los personajes es también un pretexto para la exhibición de texturas y mezclas de color. La modernidad se caracteriza por la libertad creativa, técnica y temática.
El encanto de lo naïf despliega sus conjuntos locales como representaciones del microcosmos. La reivindicación de lo sencillo y lo inocente, intenta confirmar la virginidad, la habitabilidad de los mundos.
El lenguaje mironiano cándidamente succionado por otro artista que lo utiliza para confirmar que los mundos estéticos se multiplican cualitativa y cuantitativamente. ¿Somos nosotros, en realidad, los herederos de la belleza que se acumula en museos y colecciones, o lo es la memoria del universo?
No se trata de un díptico, aunque el artista haya elegido un par de paneles paralelos para representar la convergencia o simultaneidad de dos mundos en uno. Quizá el árbol es rojo porque es fruto del dolor de quienes ya no están en este mundo y lo dejan como signo de exclusión en vida. Una imagen es consecuencia de la otra y ambas son un solo fenómeno estético.
Impresiona el tamaño y el verismo borroso de las figuras. ¿Escenario bélico, intención de protesta ? Las figuras tienen tal dimensión de realidad a pesar de los contornos algo desleídos que se presume un apoyo fotográfico como transfondo de esta composición.
Por su contenido sexual, su humor y aspecto grotesco recuerda esta pieza los trazos fuertes del expresionismo alemán en su vertiente de crítica social.
Cuántas exposiciones he visto aquí. El estupendo palacio de Almudí forma parte de mis itinerarios murcianos y de mi memoria estetiforme...