lunes, 16 de diciembre de 2024

DIARIO FILIFORME



 

Le tengo pánico a las fiestas que se avecinan. La nochevieja de hace un par de años fue indescriptiblemente aniquilante. Mi alma supuraba muerte por todos sus poros. Toda la madrugada andurreando por el pasillo como un miserable mientras el universo festejaba la última noche del año entre bailes y jolgorios estallantes. Me estremece pensar qué es lo me espera en un par de semanas. Y sin embargo, las luces de la calle, los huidizos tornasolamientos de la luz de las tardes, los escaparates encantadoramente adornados, el flujo feliz de la gente pasando, el ambiente típico de estas fiestas, me sumen en una dulcedumbre exquisita y totalmente específica, es decir, irrepetible el resto del año. Y eso que sé que como compañía inalienable para esta nochevieja que viene, quienes me esperan son las cuatro paredes de mi habitación.

 


La pereza es una forma de voluptuosidad.

 

 

Leyendo, más bien releyendo melancólicamente, poesía de Rimbaud. Estallidos que resuenan en un cielo remoto. Lo que Rimbaud cantó, dijo o denunció se perdió en los laberintos etéreos del tiempo. Pero si me detengo un poco y releo afinando la búsqueda de cada verso y reubicando los significados que emergen, detecto que eso que cantó, dijo o denunció el poeta, todavía está ahí, casi recién dicho, sin haberse consumado porque nadie puede llegar a hacer eso o ya somos incapaces de afrontarlo. La poesía, activada por una lectura atenta, rasga su estatus virtual y arroja su lucidez, su luz violenta, su imagen fulgurante sobre nosotros, sobre el mundo, sobre el mismo tiempo. Reconozco, sin embargo que Rimbaud no es un poeta que me fascine particularmente. Me arrebatan mucho antes un Baudelaire o un Mallarmé, desde luego. Las peculiaridades de la vida adulta de Rimbaud cuando abandonó la poesía, me resultan desquiciantes: ese Rimbaud que peregrina de un sitio para otro y que se tuesta el alma en África intentando traficar con armas o esclavos, incluso. Aunque tales circunstancias resulten tan desconcertantes como determinantes para la historia de la literatura moderna.

 



Totalmente lúcido, me encuentro escribiendo ante el ordenador. De pronto, experimento una suerte de vibración, de dulcedumbre en la mente y emerge un breve sueño: para el día de mañana había quedado con un primo al que no veía hace mucho y del que tenía la sospecha de que quizás hubiera muerto. Me sorprende este asomo del inconsciente en plena vigilia. Se puede decir, literalmente, que sueño estando despierto.


 

La verdad, los filósofos la dirimen y estudian; los poetas, la dicen.

 

 

Ya no están de moda las tan cundidas tendencias poéticas que todavía libraron interesantes asaltos en los noventa. Ha sido entrar en el nuevo milenio y todo ese debate acerca de lo que los poetas escribían y era de su literaria incumbencia, se disipó en las gasas del tiempo. ¿Qué hay hoy con respecto a la escritura poética? Internet no ha supuesto una revolución en el destino y la motivación poéticos. Internet ha supuesto el fenómeno comunicativo mayor de la historia, que puede despertar sensibilidades, pero lo hace a través de protocolos y de modo somero y localmente. Ya decía brillantemente el poeta gallego Carlos Oroza que la moda es lo que pasa de moda. A internet le falta mucho para que pase de moda, desde luego, pero es porque su naturaleza se irá transformando con el tiempo, y sus intereses y capacidades, en consecuente correspondencia, también. Nos toca definir un aquí y un ahora del evento poético, si existe tal evento. Y para ello lo que debemos hacer es dilucidar previamente nuestras propias expectativas vitales. Desde qué rincón precioso, desde qué confinamiento del espíritu o desde qué circunstancia de nuestra experiencia, iniciar y motivar la escritura.

 




El itinerario de una palabra es el despliegue de su significado potenciado o confirmado por los contextos que atraviesa.

 

 

No, los poetas no dicen tonterías, no escriben melosidades sin sentido o engendros verbales inaccesibles. Los poetas son nuestra memoria más vívida. Y como tal, lo que los poetas dijeron, crearon, imaginaron o diseñaron con palabras hace tiempo, o hace mucho tiempo, es algo que regresa, que regresará, que retorna. A pesar de todos los olvidos, indiferencias e injusticias, sus palabras dirán la verdad en la hora adecuada porque son mensajeros de eternidad.

 

 

  Lo que sigue siendo revolucionario es descubrir qué es lo que hay en nuestro cerebro, redefinir nuestra capacidad ética, reconocernos y sabernos hermanos de un mismo cosmos que nos reta a que lo descifremos, pues todos viajamos en la misma nave y nos necesitamos mutuamente.  


No hay comentarios:

DIARIO FILIFORME

  Le tengo pánico a las fiestas que se avecinan. La nochevieja de hace un par de años fue indescriptiblemente aniquilante. Mi alma supu...