Le tengo pánico a las
fiestas que se avecinan. La nochevieja
de hace un par de años fue indescriptiblemente aniquilante. Mi alma supuraba
muerte por todos sus poros. Toda la madrugada andurreando por el pasillo como
un miserable mientras el universo festejaba la última noche del año entre
bailes y jolgorios estallantes. Me estremece pensar qué es lo me espera en un
par de semanas. Y sin embargo, las luces de la calle, los huidizos
tornasolamientos de la luz de las tardes, los escaparates encantadoramente
adornados, el flujo feliz de la gente pasando, el ambiente típico de estas
fiestas, me sumen en una dulcedumbre exquisita y totalmente específica, es
decir, irrepetible el resto del año. Y eso que sé que como compañía inalienable
para esta nochevieja que viene, quienes me esperan son las cuatro paredes de mi
habitación.
La pereza es una forma
de voluptuosidad.
Leyendo, más bien releyendo
melancólicamente, poesía de Rimbaud.
Estallidos que resuenan en un cielo remoto. Lo que Rimbaud cantó, dijo o
denunció se perdió en los laberintos etéreos del tiempo. Pero si me detengo un
poco y releo afinando la búsqueda de cada verso y reubicando los significados
que emergen, detecto que eso que cantó, dijo o denunció el poeta, todavía está
ahí, casi recién dicho, sin haberse consumado porque nadie puede llegar a hacer
eso o ya somos incapaces de afrontarlo. La poesía, activada por una lectura
atenta, rasga su estatus virtual y arroja su lucidez, su luz violenta, su
imagen fulgurante sobre nosotros, sobre el mundo, sobre el mismo tiempo. Reconozco,
sin embargo que Rimbaud no es un poeta que me fascine particularmente. Me arrebatan
mucho antes un Baudelaire o un Mallarmé, desde luego. Las peculiaridades de la
vida adulta de Rimbaud cuando abandonó la poesía, me resultan desquiciantes:
ese Rimbaud que peregrina de un sitio para otro y que se tuesta el alma en África
intentando traficar con armas o esclavos, incluso. Aunque tales circunstancias
resulten tan desconcertantes como determinantes para la historia de la
literatura moderna.
Totalmente lúcido, me
encuentro escribiendo ante el ordenador. De pronto, experimento una suerte de
vibración, de dulcedumbre en la mente y emerge un breve sueño: para el día de
mañana había quedado con un primo al que no veía hace mucho y del que tenía la
sospecha de que quizás hubiera muerto. Me sorprende este asomo del inconsciente
en plena vigilia. Se puede decir, literalmente, que sueño estando despierto.
La verdad, los filósofos
la dirimen y estudian; los poetas, la dicen.
Ya no están de moda las
tan cundidas tendencias poéticas que todavía libraron interesantes asaltos en
los noventa. Ha sido entrar en el nuevo milenio y todo ese debate acerca de lo
que los poetas escribían y era de su literaria incumbencia, se disipó en las
gasas del tiempo. ¿Qué hay hoy con respecto a la escritura poética? Internet no
ha supuesto una revolución en el destino y la motivación poéticos. Internet ha
supuesto el fenómeno comunicativo mayor de la historia, que puede despertar
sensibilidades, pero lo hace a través de protocolos y de modo somero y
localmente. Ya decía brillantemente el poeta gallego Carlos Oroza que la moda es
lo que pasa de moda. A internet
le falta mucho para que pase de moda, desde luego, pero es porque su naturaleza
se irá transformando con el tiempo, y sus intereses y capacidades, en
consecuente correspondencia, también. Nos toca definir un aquí y un ahora del
evento poético, si existe tal evento. Y para ello lo que debemos hacer es
dilucidar previamente nuestras propias expectativas vitales. Desde qué rincón
precioso, desde qué confinamiento del espíritu o desde qué circunstancia de
nuestra experiencia, iniciar y motivar la escritura.
El itinerario de una
palabra es el despliegue de su significado potenciado o confirmado por los
contextos que atraviesa.
No, los poetas no dicen
tonterías, no escriben melosidades sin sentido o engendros verbales
inaccesibles. Los poetas son nuestra memoria más vívida. Y como tal, lo que los
poetas dijeron, crearon, imaginaron o diseñaron con palabras hace tiempo, o
hace mucho tiempo, es algo que regresa, que regresará, que retorna. A pesar de
todos los olvidos, indiferencias e injusticias, sus palabras dirán la verdad en
la hora adecuada porque son mensajeros de eternidad.
Lo que sigue siendo revolucionario es descubrir qué es lo que hay en nuestro cerebro, redefinir nuestra capacidad ética, reconocernos y sabernos hermanos de un mismo cosmos que nos reta a que lo descifremos, pues todos viajamos en la misma nave y nos necesitamos mutuamente.
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