LA INSPIRACIÓN
Y EL ESTILO
Juan
Benet
Benet siempre resulta
sorpresivo. Con solvencia en los ensayos, originalidad en los cuentos y con
lenguaje propio en la novelística, la inteligencia benetiana cubre perspectivas
diversas sobre el asunto elegido a través de un denso abordaje. El nombre de
Benet como autor de un ensayo o reseña es siempre certificado de calidad.
Su escritura se
despliega desde una atalaya multidireccional que no deja fisuras al descubierto
tras un balance minucioso e íntegro. No entro a valorar las pesquisas de su
literatura, de su novelística, en concreto: hablo, en este momento, de la
capacidad notable que ostenta su visor especulativo. Benet, al describir lo que
critica, también incluye lo que se encuentra tras ello y los aspectos insólitos
que incluye o podría incluir.
Aunque parezca un
topicazo, lo que me ha sorprendido de este libro de Benet tan someramente
aireado por la crítica, es la fecha de su redacción, - 1965 - aunque parece que
a principios de los setenta, corrigió o añadió algo al texto. Benet escribe -
ensayísticamente - tan libre de tendencias,
programas o escuelas, con una perspicacia tan contundente, que el texto
parece haber sido redactado la semana pasada.
La inspiración y el estilo es un
pequeño semillero de ideas. Y lo realmente destacable de tales ideas es que sus
apreciaciones están esperando aún una confirmación o un desglose que nos
convenza de lo tan nítidamente expuesto en el libro.
Por ejemplo, Benet dice
que hasta la aparición del Quijote,
la literatura constaba, sintéticamente, de una sucesión de estampas o viñetas a
través de las que la narración desplegaba todo lo que desde el punto de vista
del argumento y las normas literarias,
constaba la ficción. La particularidad de la obra de Cervantes es que incluye a la realidad en la conformación total de
la ficción. No es ninguna tontería, pues ambas cosas no sólo pueden entrar en
colisión sino teñir de conflicto continuo el desarrollo posterior de la
producción literaria. Cómo despachar, solucionar o integrar todo lo que
tópicamente implica lo real como antónimo de lo imaginario en el
desenvolvimiento de la literatura. Será a partir del siglo XIX que el argumento
cobrará una significación autónoma encarando esa integración de lo real en el
orbe de lo literario a través de lo que presuntamente será considerado prioritario:
cuestiones sociales, culturales, económicas, etc...
Benet denuncia los
contenidos que con el tiempo se han ido adhiriendo a la formulación de la
literatura y que si no se ha sabido integrarlos o representarlos con el estilo
que los sublime, se revelan como espurios al interés de la literatura. Estos
contenidos pueden ser dogmáticos, doctrinales, ideológicos o puramente
informativos, como Benet los define, es decir, esos contenidos o alusiones que
derivados o tomados de la realidad económica o social, se juzgan como
relevantes para ser reflejados en la creación narrativa o convertirse en
motivos protagonistas de la ficción.
Escudriñar las razones
de la formación o no del estilo literario
implica el repaso histórico de nuestra literatura y cultura, en general, y su
recepción especializada, y aquí es donde Benet denuncia la carga erudita de una
crítica que, en el fondo, no ha sabido interpretar la tradición misma que
protege.
Benet es claro: el
objetivo de un escritor es crear un estilo y no producir una obra para
ilustrarnos sobre el estado de la clase obrera, sobre cuestiones ecológicas o
el destino de una gran familia burguesa a fines del XIX.
Benet observa lo mal que
han envejecido las obras pertenecientes al naturalismo o las que querían ser representativas
de la sociedad de su momento y repite que sólo el estilo puede convertir una
obra literaria en algo mucho más que en un mero informe.
Benet incide en un tema
no menor: el de la forma influyendo en el contenido y no al revés. Este es el
tema de la poesía: forma - el artificio, diría Borges -, conformando el sentido
de lo contenido en tal forma.
El estilo se presenta,
pues, como esa configuración de la escritura adaptándose, asumiendo, expresando
y siendo ella misma todas las anfractuosidades y texturas de la ficción. La
propia escritura es asunción de lo que cuenta o dice, no medio ajeno o
funcional de tales vulnerabilidades.
El escritor no debe
obsesionarse con el control total de su escritura, debe dejar que la inspiración,
la musa, en el caso de los poetas, maneje, altere, incluso, trastoque la
dirección que pretendía implantarse. El estilo no es un asunto meramente formal
o académico: se trata de que sea la naturaleza del creador la que permita el
acceso de una escritura no predeterminada en la creación que él mismo alienta.
El estilo
de un escritor constituye una categoría o una conciencia distinta de la del
conocimiento y que tan a menudo, por no decir siempre, la envuelve que la razón
es sólo un momento muy particular de aquel estilo.
El libro de Benet no se
limita esta consideración altamente cualitativa en el orden de la escritura
literaria. Apunta un par de cosas que a día de hoy son materia de análisis y de
liquidez hermenéutica relativas a nuestra historia cultural: la dispersión de
un gran estilo en nuestra literatura
de los últimos siglos, la falta de explicación del porqué de algunas de las
reacciones del personaje del Quijote, la ausencia de un ahondamiento en la
elegante figura de Manrique y sus íntimas
desolaciones, el desprecio a veces más que manifiesto de la cultura en la
literatura picaresca….
Estas últimas
observaciones se dirigen hoy no sólo a filósofos o historiadores sino a críticos
literarios y a toda la docencia. Su actualidad e ilustración pendiente darían
para muchos y suculentos libros, esperemos que igual de incisivos que el de
Benet.
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