Siempre me ha fascinado
esta foto del científico inglés Jhon
Herschel. Recuerdo, hace años, cuando la descubrí, cómo me impactó ese
gesto sufriente, dramático, y el punto insólito hacia el que dirigía la mirada,
allá, en un cielo entendido más como altura espacial insondable e inexplicable
que como algo meramente celestial. También es verdad que sin que nosotros nos
hayamos esforzado nada, el azar y los efectos directos de la luz, pueden hacer
emerger expresiones que creíamos controladas y que nos sorprenden por la
contundencia de su revelación. ¿Nos
miente, entonces la fotografía o hace todo lo contrario? Quizá la literalidad
física no se corresponda con la tónica del ánimo.
En la imagen, parece que
el rostro del científico, desde una órbita remota, soñado, quizá, por no se
sabe qué divinidad, se encuentre mirando, aterrorizado, el misterio del universo. Como aquel personaje de Borges
mirando furtivamente el centro vertiginoso del Aleph.
Herschel al borde del
llanto, del grito ante el abismo que se cierne sobre él, es captado
milagrosamente por la cámara un segundo antes de desaparecer en el infinito.
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