Siempre se ha dicho que
el provincianismo y los prejuicios se curan viajando. En principio nada más
lógico, para contrastar las propias limitaciones conceptuales con respecto a
cosas más o menos comunes, que practicar el viaje. El contacto con otros
territorios, con otras personas, con pueblos y culturas distintos, surte el
efecto de una irrigación interior y personal. Es en este sentido que se dice
que un viaje puede ser una revelación.
Yo opino que todo viaje es en el fondo, un viaje iniciático: nos inicia a otras
sensibilidades, a otros ritmos vitales, en definitiva, a otros mundos. Recordemos
a propósito de todo esto cómo las grandes figuras de la Generación del 98 - Azorín, Unamuno, Baroja - redescubrieron España recorriendo
sus ciudades, pueblos y rincones pintorescos.
La siempre espléndida
ocasión para viajar nos la ofrece en este caso, el último libro de Rodica Grigore, profesora de Literatura
Comparada en la universidad de Sibiu
(Rumanía). Grigore no busca exactamente documentos históricos sino experiencias
simbólicas que atraviesen la propia historia: las obras literarias de algunos
de los grandes nombres de la literatura hispanoamericana. Y localizadas estas, analizar
la significación que la narrativa de viajes comporta en tales obras.
Sabemos que las
literaturas nacionales fundan el mito de los orígenes de los países modernos en
cuestión. La característica de la literatura hispanoamericana, consiste en ser
la expresión concreta de un proceso mayor: el descubrimiento y conquista de
América. Teorías actuales son las que, con notable retraso diríamos, señalan el
descubrimiento de la América Hispana como la primera globalización cultural de
la época moderna. Una misma lengua, una misma religión y una misma
administración prestaban a los territorios descubiertos y colonizados, una base
segura para que el deslumbramiento del Descubrimiento disfrutara de una
continuidad.
Con el surgimiento de
los nuevos países tras la progresiva independencia de cada uno de ellos del
reino de España, la literatura, esa aventura de la imaginación, se encargaría de
inaugurar los nuevos mundos americanos: fijar imaginarios, modelar temperamentos
y personajes, situar referentes nacionales.
El trabajo de Rodica
Grigore se centra en las obras de Guiraldes, Álvaro Mutis, el brasileño Jorge Amado, Onetti
y Eustasio Rivera.
Casi podríamos decir que
nos movemos en terreno tautológico, pues las obras viajeras de estos autores
pertenecen al imaginario que progresivamente se iría desplegando de un
continente descubierto gracias a la empresa aventurera de los viajes. El
Renacimiento no sólo supuso un renacer espiritual y cultural: lo fue también desde
el punto de vista geográfico y de un modo tan significativo que inicia, entre
las cosas referidas, la Modernidad. La historia experimenta un viraje total,
los horizontes espaciales se multiplican, y el Nuevo Mundo supondrá riquezas y
audacias civilizatorias, nuevas aportaciones legales para articular y gobernar
los nacientes territorios. La “universalidad” adquirirá carta de naturaleza
real, será algo más que una noble aspiración o comprensión teórica.
Rodica Grigore, al
prestar su atención docente a estas literaturas, no deja de recordarnos en qué
mundo vivimos, lo que supone la diversidad real de la modernidad: la presencia
o identidad de una serie de territorios
históricamente nuevos, que implican espacios simbólicos propios, formas
específicas de sentir e imaginar. Actualmente, experimentamos el mayor fenómeno
comunicativo interplanetario a través de las redes. La literatura sí supone un
viaje, el más sustancial, a nuestros orígenes, a nuestro futuro.
Agradecemos de veras a la profesora Rodica Grigore esta incursión en el mundo hispano desde la perspectiva de la literatura de viajes. Recordar los contextos en los que las literaturas florecen y considerar el mensaje de tales literaturas, nos recuerda a su vez lo que no debemos descuidar con respecto a nuestra memoria común de habitantes de un planeta diferente al tiempo que globalizado.
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