jueves, 10 de abril de 2025

YO VI EL ALEPH

 





Como el tiempo pasa barriendo y confundiendo las cosas y como no tengo otra oportunidad que la escritura para explicitar anécdotas y pareceres, se me ha ocurrido anotar aquí, aunque sea algo deprisa y corriendo, lo que me ocurrió una buena tarde de hace 14 años, antes de que se me vaya de la memoria. Precisamente no recordaba el asunto ya, y unas lecturas literarias me lo han traído al recuerdo.

Todo el mundo lector o casi todo el mundo, recuerda el hiperfamoso cuento de Borges El Aleph. Este, en el texto fantástico de Borges, era un objeto, una suerte de esfera brillante ubicada absurdamente en un rincón de la escalera de un sótano. Si mirabas con atención aquella esfera, podrías avistar el universo entero y todos los tiempos que han sido. Se me ocurre este símil porque no deja de parecerse en contexto y naturaleza extraña a lo que vi.

En el 2011, por las tardes-noches solía escuchar entre las nueve y las diez, un programa de radio que emitía Onda Regional de Murcia. El programa trataba sobre los inmigrantes que se iban estableciendo en la Región de Murcia, de sus vidas, historias y convivencias con los nativos. Me encontraba yo escuchando dicho programa, sentado en una mecedora en la habitación que había sido de mis hermanos y en donde tenía yo colocada una radio grande. Serían sobre las 21:20 horas cuando enfrente de mí, donde se encontraba una gran estantería de baldas gruesas de madera especiales para soportar el peso de libros grandes y enciclopedias, de uno de los cubículos formados por las mencionadas baldas, percibo, literalmente, que se enciende una luz. La luz era más plateada que blanca, pequeña, como una canica, y fue intensificando su fulgor y tamaño. Me quedé mirando pasmado, sin juzgar, como cuando ocurren estos casos de índole extraña. Cuando parece que había alcanzado su máxima potencia, y sin descubrir nada de su origen, es decir, desde el fondo, siempre, del cubículo, se fue apagando hasta desaparecer del todo. Yo, sentado en la mecedora, me dije, pero bueno, qué es eso. Me levanté y con algo de cuidado, me aproximé al punto del que había surgido la luz. Creí que algún objeto había funcionado como reflectante de la luz de la habitación: algún tipo de plástico, una caja de cedés, un cedé mismo,… Saqué unos folios que reposaban sobre los libros que casi llenaban ese espacio. Retiré un par de volúmenes y no vi nada que pudiera reflejar del modo que lo había visto, la luz que tenía puesta en la habitación. Miré los espacios vecinos. Nada. Carpetas, libros, unas barajas de cartas, pero nada, ninguna cosa de características lo suficientemente pulidas o algún electrodoméstico que pudiera haber producido la luz. Pensé, incluso, en la posibilidad de que se hubiera producido algún tipo de reacción química de la pintura de la pared.    

Recuerdo que de un estado de fascinación pasé a otro como de entusiasmo y corrí como un crío al comedor donde se encontraban mis padres viendo la televisión. Entré y les conté lo que había ocurrido. Mi madre sordeaba y entonces no tenía el aparato que luego le compramos, así que no se enteró mucho de lo que hablaba. Mi padre se extrañó pero se limitó a decirme ¿Ah, sí? Estaban más atentos a lo que estaban dando por la tele.

Regresé a la habitación. El programa de radio todavía no había terminado y me senté en la mecedora. Me puse a esperar a ver si la luz salía de nuevo. No paré de escrutar, de mirar, de observar, de investigar el punto concreto de donde había aparecido. Y esto fue así durante los próximos días y semanas. Teniendo en cuenta de donde se había generado aquella luz desconocida, entre libros, yo imaginaba que se había producido en mi biblioteca una suerte de puerta dimensional que daba a otros mundos, quizá a los que los libros allí presentes, ilustraban. Esta relación mágica entre la luz y los libros, entre el misterio y la cultura, estimulaba mi imaginación en secreto y más en tanto no encontraba una explicación a aquel pequeño fulgor. No había nada en la estantería y menos en el punto en cuestión, que justificase la aparición de aquella luz. Pensé, dándole vueltas al asunto, que en la posición en que yo estaba sentado en la mecedora, propiciaba que la luz de la habitación que provenía de las bombillas en el techo, impactara de algún modo sobre algo, haciendo que yo viera la luz. Me sentaba intentando colocar la mecedora en el lugar concreto donde estaba cuando apareció la luz, me puse de las mil posturas sentado, recostado, inclinado a un lado o al otro, y me quedé como estaba al principio. Si hubiera algún objeto que desde dentro de la estantería hubiese reflejado la luz del techo, yo ya me habría dado cuenta de ello, lo hubiera visto en más de una ocasión al entrar en la habitación o al sentarme para escuchar la radio como hacía desde más de un año. Además, y esto era una prueba a favor de lo extraordinario de la luz: cuando esta apareció yo estaba quieto, es decir, no me estaba meciendo y me encontraba sentado de un modo normal, dándome cuenta, este es el detalle crucial, a mi modo de ver, de cómo la luz se iba encendiendo lentamente para después, apagarse del mismo modo, poco a poco.

La presencia fugaz de una luz extraña en la biblioteca, pues me era imposible negar el hecho, me hizo pensar en el cuento de Borges. La similitud en la extrañeza, en el objeto inexplicable y la ubicación del mismo, fueron estímulos para la ideación de un porqué a la aparición de la luz.  Desde que el hecho ocurrió, le di mil vueltas a la historia, pero no pasé de imaginar argumentos puramente metafísicos o fantásticos: que aquella luz provenía de un universo paralelo y que había atravesado la pared con los libros porque era un mensaje que quería decirme algo. La verdad es que estuve días inquieto tanto por la realidad del fenómeno como por lo que este pudiera significar: ser el signo de que algo de carácter trascedente iba a suceder, o bien, pura virguería del espacio-tiempo realizada por nadie, por energías invisibles….

A día de hoy, y como he dicho, casi había olvidado ya el hecho, no he encontrado explicación a aquella luz que vi aquella tarde. Lo último que podría decir en cuanto a semejanza física, es que se parecía a una estrella brillando con toda su fuerza. Una luz que no alumbraba su entorno inmediato, es decir, que no funcionaba como la luz de una linterna. Tan sólo brillaba, sin afectar al espacio circundante.

Es curioso cómo funciona la mente y la racionalidad y cómo reaccionamos al tipo de información que pretendemos dar a conocer llanamente a los demás. En mi interior, tiendo a negar el hecho, a quitarle importancia, incluso a olvidarlo. Pero cada vez que invoco aquella tarde, la estupefacción vuelve a ganar terreno. Aquello sucedió, no padezco alucinaciones. Aquello se produjo. Y esto es lo que me turba.      

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