Como el tiempo pasa
barriendo y confundiendo las cosas y como no tengo otra oportunidad que la
escritura para explicitar anécdotas y pareceres, se me ha ocurrido anotar aquí,
aunque sea algo deprisa y corriendo, lo que me ocurrió una buena tarde de hace
14 años, antes de que se me vaya de la memoria. Precisamente no recordaba el
asunto ya, y unas lecturas literarias me lo han traído al recuerdo.
Todo el mundo lector o
casi todo el mundo, recuerda el hiperfamoso cuento de Borges El Aleph. Este, en el texto fantástico de Borges, era un
objeto, una suerte de esfera brillante ubicada absurdamente en un rincón de la
escalera de un sótano. Si mirabas con atención aquella esfera, podrías avistar el
universo entero y todos los tiempos que han sido. Se me ocurre este símil
porque no deja de parecerse en contexto y naturaleza extraña a lo que vi.
En el 2011, por las
tardes-noches solía escuchar entre las nueve y las diez, un programa de radio
que emitía Onda Regional de Murcia.
El programa trataba sobre los inmigrantes que se iban estableciendo en la
Región de Murcia, de sus vidas, historias y convivencias con los nativos. Me encontraba
yo escuchando dicho programa, sentado en una mecedora en la habitación que
había sido de mis hermanos y en donde tenía yo colocada una radio grande.
Serían sobre las 21:20 horas cuando enfrente de mí, donde se encontraba una
gran estantería de baldas gruesas de madera especiales para soportar el peso de
libros grandes y enciclopedias, de uno de los cubículos formados por las mencionadas
baldas, percibo, literalmente, que se enciende una luz. La luz era más plateada
que blanca, pequeña, como una canica, y fue intensificando su fulgor y tamaño.
Me quedé mirando pasmado, sin juzgar, como cuando ocurren estos casos de índole
extraña. Cuando parece que había alcanzado su máxima potencia, y sin descubrir
nada de su origen, es decir, desde el fondo, siempre, del cubículo, se fue
apagando hasta desaparecer del todo. Yo, sentado en la mecedora, me dije, pero
bueno, qué es eso. Me levanté y con algo de cuidado, me aproximé al punto del
que había surgido la luz. Creí que algún objeto había funcionado como
reflectante de la luz de la habitación: algún tipo de plástico, una caja de
cedés, un cedé mismo,… Saqué unos folios que reposaban sobre los libros que
casi llenaban ese espacio. Retiré un par de volúmenes y no vi nada que pudiera
reflejar del modo que lo había visto, la luz que tenía puesta en la habitación.
Miré los espacios vecinos. Nada. Carpetas,
libros, unas barajas de cartas, pero nada, ninguna cosa de características lo suficientemente pulidas o algún electrodoméstico que pudiera haber producido la luz. Pensé,
incluso, en la posibilidad de que se hubiera producido algún tipo de reacción
química de la pintura de la pared.
Recuerdo que de un
estado de fascinación pasé a otro como de entusiasmo y corrí como un crío al
comedor donde se encontraban mis padres viendo la televisión. Entré y les conté
lo que había ocurrido. Mi madre sordeaba y entonces no tenía el aparato que
luego le compramos, así que no se enteró mucho de lo que hablaba. Mi padre se
extrañó pero se limitó a decirme ¿Ah, sí? Estaban más atentos a lo que estaban
dando por la tele.
Regresé a la habitación.
El programa de radio todavía no había terminado y me senté en la mecedora. Me
puse a esperar a ver si la luz salía de nuevo. No paré de escrutar, de mirar,
de observar, de investigar el punto concreto de donde había aparecido. Y esto
fue así durante los próximos días y semanas. Teniendo en cuenta de donde se
había generado aquella luz desconocida, entre libros, yo imaginaba que se había
producido en mi biblioteca una suerte de puerta dimensional que daba a otros
mundos, quizá a los que los libros allí presentes, ilustraban. Esta relación
mágica entre la luz y los libros, entre el misterio y la cultura, estimulaba mi
imaginación en secreto y más en tanto no encontraba una explicación a aquel
pequeño fulgor. No había nada en la estantería y menos en el punto en cuestión,
que justificase la aparición de aquella luz. Pensé, dándole vueltas al asunto,
que en la posición en que yo estaba sentado en la mecedora, propiciaba que la
luz de la habitación que provenía de las bombillas en el techo, impactara de
algún modo sobre algo, haciendo que yo viera la luz. Me sentaba intentando
colocar la mecedora en el lugar concreto donde estaba cuando apareció la luz,
me puse de las mil posturas sentado, recostado, inclinado a un lado o al otro,
y me quedé como estaba al principio. Si hubiera algún objeto que desde dentro
de la estantería hubiese reflejado la luz del techo, yo ya me habría dado
cuenta de ello, lo hubiera visto en más de una ocasión al entrar en la habitación
o al sentarme para escuchar la radio como hacía desde más de un año. Además, y
esto era una prueba a favor de lo extraordinario de la luz: cuando esta
apareció yo estaba quieto, es decir, no me estaba meciendo y me encontraba
sentado de un modo normal, dándome cuenta, este es el detalle crucial, a mi
modo de ver, de cómo la luz se iba encendiendo lentamente para después, apagarse del mismo modo, poco a poco.
La presencia fugaz de
una luz extraña en la biblioteca, pues me era imposible negar el hecho, me hizo
pensar en el cuento de Borges. La similitud en la extrañeza, en el objeto
inexplicable y la ubicación del mismo, fueron estímulos para la ideación de un porqué
a la aparición de la luz. Desde que el
hecho ocurrió, le di mil vueltas a la historia, pero no pasé de imaginar
argumentos puramente metafísicos o fantásticos: que aquella luz provenía de un
universo paralelo y que había atravesado la pared con los libros porque era un mensaje
que quería decirme algo. La verdad es que estuve días inquieto tanto por la
realidad del fenómeno como por lo que este pudiera significar: ser el signo de
que algo de carácter trascedente iba a suceder, o bien, pura virguería del
espacio-tiempo realizada por nadie, por energías invisibles….
A día de hoy, y como he
dicho, casi había olvidado ya el hecho, no he encontrado explicación a aquella
luz que vi aquella tarde. Lo último que podría decir en cuanto a semejanza
física, es que se parecía a una estrella brillando con toda su fuerza. Una luz
que no alumbraba su entorno inmediato, es decir, que no funcionaba como la luz de una linterna. Tan sólo brillaba, sin afectar al espacio
circundante.
Es curioso cómo funciona la mente y la racionalidad y cómo reaccionamos al tipo de información que pretendemos dar a conocer llanamente a los demás. En mi interior, tiendo a negar el hecho, a quitarle importancia, incluso a olvidarlo. Pero cada vez que invoco aquella tarde, la estupefacción vuelve a ganar terreno. Aquello sucedió, no padezco alucinaciones. Aquello se produjo. Y esto es lo que me turba.
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