viernes, 23 de enero de 2009

CUANDO UNO SE PREGUNTA POR EL ALMA

Todo psicólogo sabe perfectamente que mente y cuerpo no funcionan por separado. Lo que una siente, percibe o teme, repercute en el otro, y a la inversa. Pero ayer experimenté emotivamente cuándo se produce una fisura entre ambos, entre cuerpo y mente, entre cuerpo y alma. Pasaba por delante de la televisión encendida en el momento en que hablaban de "enfermedades raras", es decir, enfermedades de las que apenas se sabe su causa u origen y nada, prácticamente, sobre su curación. Una mujer, con el rostro terriblemente deformado, hablaba sobre su enfermedad, sobre cómo vivía cotidianamente con sus males y con su deformidad progresiva.
Viendo a aquella mujer me pareció estar asistiendo a un trampantojo. Había una escisión absoluta entre la tersura, la firmeza, incluso diría la belleza de la voz y el aspecto tremendo de su rostro. Es decir, su voz no remitía a su rostro, sino a otro invisible, al rostro que debería ser y debería tener, al rostro negado, destruido por la enfermedad. Estaba claro que ahí había un error, un equívoco, una injusticia de la naturaleza. Casi podría decirse que el rostro auténtico de la mujer estaba albergado en su voz, que su voz era la dirección, el lugar en que se alojaba la identidad. ¿Pero la voz es un lugar, lo es la música? Pensé en que ese lugar que la voz indica preservaba la dignidad y la identidad de la mujer, en que hay algo indestructible que reside y resiste en el fondo del ser humano ante el horror de las decadencias físicas, y entonces sentí algo así como el aleteo remoto de la esperanza.

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