jueves, 23 de julio de 2009


EMBRIAGUECES DE LA SIESTA



El calor produce en mí una excitación lujuriosa, una gula literaria, un gusto por mundos y pensamientos. Estar de este modo: tan estimulado como incomodado por el calor. La siesta como el espacio-tiempo de la deriva, de la lectura mágica, de la ensoñación lúcida. No es que devore libros a esa hora, sino que me entran unas ganas locas de leer, de viajar imaginariamente, de sorber mundos. En la brecha que se abre lánguidamente con la siesta, burbujean mundos remotos en mi mente. Es como si en mi habitación reprodujera la expectación alucinada que provoca el desierto con sus espejismos.


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Me veo como el lector alucinado que insinuara Barthes. Los textos fulguran, se tornasolan con las lecturas. Lotman habla de cómo los textos, además de transmitir sus propios contenidos, crean mensajes nuevos al interactuar con otros textos a través del tiempo. Ahora estoy leyendo Electrones, de Carlos Marzal; Tratado sobre los vampiros, de Calmet; Un metafísico en Tecnolandia, de Manuel Liz; Postpoética, de Fernández Mallo; Crónicas berlinesas de Joseph Roth; Horas venecianas, de Henry James;y los diarios de Lord Byron y de Barbey D´Aurevilly. Giro a través de esta galaxia de palabras, de autores, de épocas, de mundos, de perspectivas, de estilos y de imágenes. Ninguna confusión. El caos ordenado por cada simple línea que leo. Convergencia de mundos y propiedades concretas de cada uno de ellos en una harmónica difusión. Escrutación sin fin, gozosa. No leer para aprender, sino para gozar. Y al gozar, ineludiblemente, aprender.


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Leo en el diario de D´Aurevilliy la triste sorpresa que el autor experimenta al enterarse de la muerte inesperada de una mujer joven que le gustaba. Esta misma tarde acaban de ingresar a un familiar mío en el hospital. Pienso en la tenuidad que hay entre la vida y la muerte, la barrera repentina, sutil que las separa. Quizá por excedente de energía , por la confusión que produce el calor, la muerte en verano parece un tanto más liviana, su tragedia se amortigua en la luminosidad del ambiente, como un punto doloroso y específico pero fugitivo e ingrávido también. Por otro lado, pienso en ese extraño temor que los nórdicos experimentan con la luz del mediodía. Jensen, en su novela Gradiva, dice que la hora del mediodía es la hora de los espectros, y Weinninger llega a tacharla de siniestra, sugiriendo que la luz del pleno día ofusca o es el fin de todo conocimiento, como si el exceso de luz encubriera paradójicamente, o destruyera la percepción adecuada de las cosas. Quizá sea así como haya que entender la imagen "un sol negro".


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La sed momifica el aliento.

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