viernes, 12 de marzo de 2010




ASINCRONÍA

Cuando hablamos de fotografías antiguas, nos remitimos enseguida a una acogedora niebla poblada de cuerpos gaseosos y rostros remotos, velados (por el tiempo, claro). Pero, a veces, en el examen de alguna de esas fotografías que creíamos haber ubicado, podemos encontrar algún detalle que distorsione o contradiga la clasificación que hemos hecho de lo que se supone o nos suscita una imagen antigua. A veces son detalles sutiles, pero no invisibles para quien decida explorar un poco. Por ejemplo, hay algo, en la fotografía escogida por la editorial Páginas de Espuma para ilustrar la portada de las deliciosas Memorias de Alphonse Daudet, aparecidas hace una temporada, que me turba. Es un detalle, quizá insignificante, pero cuya singularidad yo no dejo de ver. Lo que muestra la fotografía es la calle Rivoli, en París. La imagen está tomada alrededor de 1865. El detalle que me perturba tiene que ver con la idealización del tiempo y su espontánea, recóndita desmitificación. En el marco que he recortado de la imagen total se encuentra el detalle en cuestión. Se ve a un par de trabajadores, - un hombre con un capazo y una mujer - , y junto a ellos, marchando de espaldas al visor de la cámara, un distinguido caballero con levita blanca, un burgués de la época, quizá un dandy o un aristócrata.
Observo una diferencia sutil entre los dos trabajadores que se han percatado de la presencia del fotógrafo y miran de frente y la desdeñosa figura del caballero que se aleja parsimoniosamente. La diferencia a la que aludo, no es, naturalmente, social o estética, sino de índole ontológica, representacional. Mientras que sobre los trabajadores parece que cae el peso del tiempo, y los veo "característicos" de la época, el hombre que se aleja, pese a su indumentaria y estar al lado de los otros dos, no consigo ubicarlo en el pasado, en una fecha tan remota como 1865. O sí, pero no de forma evocadora o melancólica. Hay algo en la figura, en la naturalidad de su gesto, que me la hace sorpresivamente corriente, actual. Los dos trabajadores tienen el rostro emborronado, están presos de su tiempo histórico, mientras que el individuo que se marcha, logra escapar - literalmente - del óxido del tiempo, gracias a ese movimiento de evasión soberana, a esa tranquilidad con que levanta un pie y se aleja. La diferencia radica en el estatismo de las figuras de los trabajadores y la posición en movimiento del caballero. Los dos trabajadores posan sin saberlo, mientras que el caballero se evade del registro de la memoria: habita el instante, el momento en que lo han pillado como un transeúnte más. La fotografía reciente de alguien andando de este modo por la calle, no se diferenciaría en nada de esa imagen, pese a la fecha en que ha sido tomada. Es esa naturalidad lo que le distingue y le salva de la momificación del tiempo, mientras que sus dos paisanos, parados como pasmarotes, ejercen con mayor evidencia como representantes típicos de la iconografía de las clases populares parisinas.

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