miércoles, 28 de abril de 2010


EL VELO QUE NOS VELA


El velo islámico suscita impresiones ambiguas: por un lado comunica delicadeza y solemnidad; por otro, esa solemnidad y esa delicadeza se convierten en algo penoso y arcaizante cuando descubrimos que no se trata sino de una imposición externa. Entonces sofoca y ahoga más que protege, la discreción con que se pretende investir a la mujer se torna un lastre y no podemos interpretarlo sino como el producto de una codificación socio-sexual derivada de un machismo superlativo. Pero, de todos modos, no culpemos de anacronismo, de buenas a primeras, a quien lo lleva, pues la responsabilidad de la persistencia de tal distintivo no recae, exclusivamente, sobre tal persona: depende de la evolución de una mentalidad y de la cultura de la que es originario.
En la polémica que ha saltado estas dos últimas semanas con la chica de un Instituto madrileño, en Pozuelo de Alarcón, a la que se le prohibía llevar el velo y a quien, al final, han acabado expulsando del centro, se echa de menos algo más de conocimiento antropológico en liza. Qué lejos estamos de aquella hermenéutica de las religiones que un Mircea Eliade deseaba para el logro feliz del entendimiento entre distintas civilizaciones. Es lamentable que los intelectuales hayan desaparecido de la escena pública - últimamente sólo se manifiestan actores (y periodistas, naturalmente) - ya que es precisamente, en estos casos tan complejos donde se hace más necesario esa participación para aclarar conceptos, usos y significaciones de esos usos.
Para ubicarnos ante la cuestión y saber qué experimenta la chica habría que preguntarle - a ella, a quien "desee" ponerse el velo - no porqué quiere colocárselo, sino cómo se sentiría al no llevarlo: ¿desnuda, desprovista de identidad, provocadora con respecto a la educación familiar que ha recibido? Desde luego aquí la única víctima es ella, la pobre chica que se encuentra entre dos bandos: entre la asunción obligatoria de una tradición y la reacción crítica a esa orden, entre unos que dicen "póntelo", y otros que le dicen "quítatelo". No es extraño que haya caído en una fuerte depresión, somatizando el conflicto y vomitando, encerrada en el baño de su casa. Ante este panorama lo que hay que evitar es ser crueles con la chica, con la persona que se vea obligada a llevar ese casco blando que es el velo. Pero me parece que en el debate que ha surgido pocos se han puesto en el lugar de esta joven, unos por inmovilismo inercial (y ancestral) y otros por creerse dueños incontestables de la verdad.

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