jueves, 6 de mayo de 2010


LIBROS DE VIEJO
PLUMAZOS DE UN VIAJERO
Doctor Antonio Pulido Rubio

Supongo haber identificado al señor Pulido correctamente, es decir, haberle puesto bien los apellidos, porque guiándome por las pistas que da el propio libro, publicado en 1893, su autor parece ser el padre del egregio Adolfo Pulido Villafañe, destacado médico de Caracas, fallecido en 1974. Teniendo en cuenta el surtido equívoco de "Pulidos" que han aparecido tras mis investigaciones internáuticas, resulta curioso que nuestro autor, visitando la Biblioteca Nacional de París se encontrara allí, entre los pocos volúmenes en español que tenían, con un volumen de otro tal Pulido, creyera ser él mismo y luego se demostrara que era otro Pulido no identificado.
Un libro como éste se comentaría a sí mismo a través de una selección de citas, pues para el lector actual no puede tener otro interés que el de la consulta y la rareza. El tosco título no hace justicia al interesante y muy bien escrito texto, recuperado de un fardo de piezas precintadas en una librería de ocasión. El viaje que el doctor Pulido realiza a través de París, Bruselas, Holanda, Alemania, Austria y Hungría, no tiene sólo un fin lúdico. Se trata del viaje de un ilustrado que busca y examina la calidad de los centros sanitarios de cada país por el que pasa, dedicando reflexiones y observaciones a monumentos, universidades, cementerios, exposiciones y tipologías sociales. Su librito es un apretado cuaderno de campo que nos surte de interesantes informaciones. Asistimos a la explosión de la modernidad - este es un texto del que muy bien podría haber recopilado fragmentos significativos un Walter Benjamin para su Libro de los Pasajes - y también al examen de la singularidades étnicas e idisioncrásicas en un momento histórico en el que todavía cada país europeo podía sorprender al otro con sus especificidades culturales y folclóricas.
En París, la meca, entonces de la civilización y el refinamiento, se produce el impacto inaugural de su viaje a la modernidad. Las calles, jardines, edificios, el dinamismo urbano, son tanto motivos de admiración como de reflexión, así como lo son las bibliotecas, museos, cementerios o zoológicos. Visita la famosa clínica para histéricas de La Salpêtrière. Allí tiene un encuentro con el mismísimo Charcot y observa la colocación a una enferma del sombrero espiral, el último grito en aplicación psicoterapéutica del momento. Pulido anota cómo La Morgue se convierte en morboso lugar de peregrinación popular. Escribe: "El pueblo bajo de París, ese pueblo amasijo de honrados obreros y de procaz granujería, de gente desalmada y de sentimientos gastados, masa desgraciada que, en fuerza de vegetar entre la miseria y el crimen, ha llegado a identificarse con él, y lleva con frecuencia su irónico sarcasmo, su sátira cínica y sangrienta á todo lo más trágico y conmovedor, ha hecho de La Morgue una especie de teatro, en donde acude cuotidianamente, á recoger fugaces impresiones y á distraerse, ni más ni menos que las personas de posición acuden todas las noches al coliseo.... La galería de cadáveres que aquí se exhibe es por demás repugnante. París arroja todos los días crímenes y arroja, especialmente, suicidas del Sena".
En Holanda, Pulido admira la educación de la población, la pulcritud de las calles y el esmero con que los holandeses cuidan los edificios institucionales, pero también se lamenta de la tristeza del ambiente urbano, haciéndose eco de un apunte de Amicis, quien en uno de sus numerosos libros de viajes, experimentó lo mismo en el mismo lugar. Pulido anota sugerentemente: "....los cafés, que muestran un primer término de oscuridad completa por la noche, separado por amplios y desplegados portiers del resto de la sala, no dejan ver más que el fuego de algún cigarro ó la silueta de alguna mujer". Pulido describe el estrafalario traje de los holandeses que viven en la isla de Marken, parecido al de los maragatos de España, y el gueto mísero en que, en esa misma isla, se apiña la comunidad judía, especializada en la compra-venta de ropa vieja.
Es a Alemania a quien Pulido dedica más anotaciones y artículos. Elogia los hospitales, que valora como los mejores del mundo, así como habla con gusto de las enormes avenidas y sólidos edificios de Munich o Berlín que nada tienen que envidiar a los bulevares parisinos. Describe con minuciosidad tanto el edificio de la gran sinagoga de Berlín, como su asistencia a un oficio religioso completo en tal lugar. Las anotaciones sobre la estructuración de la vida social y los "tipos germanos", son significativas como explícitas, pero no podemos acusar a Pulido de reproducir un estereotipo. Pulido nos transmite su impresión general que viene a ser una suerte de revelación, imperceptible para los autóctonos. Escribe: "... basta pasear durante corto espacio de tiempo por las calles de Berlín para sacar al momento cuál es la nota característica, el anima vitae, el sello psicológico - llámese como se quiera - de la Prusia: su militarismo... Aquí el estado militar lo es todo, el estado civil no es nada; donde hay un militar, donde hay un oficial, un jefe ó un general, parece que asume todo género de autoridades, y que representa á su patria con más títulos, con derechos superiores á los de ninguna otra condición ó estado del ciudadano". A propósito de la fauna urbana, se fija en el llamativo contraste de las parejas : "...parejas muy desiguales en gran número: una mujer alta, garrida, de enorme plasticidad, con las exageradas proporciones de una estatua , lleva á su lado un muñeco humano, la expresión mínima de un hombre, un embrión barbudo, que parece necesitado de sol y lluvias para su crecimiento; y viceversa, es frecuente observar, cogidas al brazo de Hércules blondos, anchas espaldas y rubicundos semblantes, mujeres tan exprimidas y escrofulosas que muestran la más triste muestra de una ruina orgánica".
En el teatro de la ópera de Berlín, asiste a una exitosa representación de Carmen, gracias a un billete obtenido en la reventa, después visita una exposición de higiene y como si ésta fuera, además del militarismo, el otro eje del mecanismo puritano-protestante de la sociedad alemana, escribe: "La Higiene revela aquí, no sólo su grande importancia, sino sus asombrosas conquistas y sus gigantescos destinos en la vida ulterior de los pueblos". Sobra decir cómo utilizó Alemania y sobre quién, décadas más tarde, las grandes posibilidades de la Higiene, así, con mayúsculas, que Pulido, como en una visión, interpretaba como el signo inequívoco de la civilización del porvenir. Resulta curioso el capítulo entero que dedica a la universidad alemana, a las normas que constituyen su funcionamiento y al estudiante universitario alemán. Pulido habla de las "extrañas sociedades de estudiantes" y de las cicatrices ostensibles en el rostro de aquellos estudiantes, señal de enfrentamiento entre las distintas agrupaciones.
Durante un viaje por el Danubio, el doctor Pulido se ve arrancado de su embeleso ante el paisaje al escuchar un timbre familiar: alguien, entre los pasajeros hablaba en español. Se trataba de judíos sefarditas. Los judíos, que dicen ser rumanos, procedentes de Kalarasch, le facilitan una curiosa información sobre el número de judíos sefarditas que hay establecidos en Constantinopla, en Rumanía, en Serbia, en Salónica o en Adrinópolis.
Estando en Hungría, Pulido tiene ocasión de escuchar un concierto de música popular húngara que le parece insufriblemente melancólica. Con bastante seguridad, lo que escuchó fue el movimiento lento de una csárdá (léase "charda") y no el que le sigue y en el que se transforma, el movimiento rápido, que suele ser muy vivo y de un virtuosismo en cuerdas y vientos, vertiginoso.
No pretendo comentar el libro entero en este artículo. El material extraíble en citas es abundante y da para lo que podríamos denominar una arqueología de la modernidad. Éste será el epígrafe de próximas acotaciones sobre el libro, o bien, sobre textos afines.

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