DIARIO DE VERANO
En la azotea, por la madrugada. Tristeza, a pesar del buen tiempo. De repente, veo caer un meteorito. En realidad, no puedo decir que caiga. Su trayectoria es insólitamente horizontal y prolongada. Incluso dudé de que se tratara de un meteorito. Cuando al final el punto luminoso se apaga y se sume en la oscuridad de la que salió, breve pero intensa sensación de fascinación. Estos fantasmas estelares parecen enviados de otros universos. Parecen decirte que existen otros mundos, que a pesar de la oscuridad envolvente, hay principios de vida insospechada en confines remotos pero reales. Son como un signo misterioso de esperanza, un signo de que la vida cósmica, más allá de la humana, continúa trabajando y evolucionando.
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Sería el tema de un curioso ensayo exponer las ideas y percepciones que los intelectuales del norte han tenido sobre la luz. Thomas de Quincey dice que el verano es la época del año en que la muerte es menos dramáticamente sentida, como si el exceso de luz y la confusión que produce el calor, nos impidiera darnos cuenta del hecho fatal, y actuara como una sobreenergía. Jensen, el autor de Gradiva, famosa novela por ser el primer texto literario en ser sometido al escrutinio psicoanalítico, llama al mediodía "la hora de los fantasmas". El austríaco y precoz suicida Otto Weinninger, desconfiando de las bondades lumínicas y como intuyendo una ardua confabulación bajo las apariencias soleadas, escribe: "Y la tranquilidad del mediodía, cuando todos los sonidos pierden intensidad, es lo siniestro de la aparente perfección". Como feliz contrapartida a esta visión introspectiva de la luz, interpretada o percibida como desolación luminosa , tenemos las digresiones de Macedonio Fernández, el maestro peripatético de Borges, en torno a la Siesta. Ésta es vista como la inauguración del panteísmo, como ese intervalo en el que se produce la liberación de todo antagonismo dualista. En la Siesta, nos dice Macedonio, inteligencia y realidad no se rechazan, no oponen sus principios, coinciden o fluyen inopinadamente.
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Viendo fragmentos de una entrevista a Saramago que emiten por su reciente fallecimiento. En esta entrevista dice que dentro de miles o de millones de años, el Quijote, la Capilla Sixtina, la música de Bach habrán desaparecido, que no quedará de ello ni el más mínimo rastro. Siendo esto terriblemente cierto, también me parece una ficción, porque nadie verá semejante cosa; no creo que seamos capaces de imaginar esa desaparición aunque fantaseemos fatalmente con ella. Y si somos capaces de imaginar semejante extinción, es también inútil porque no seremos testigos de ello. Esto me hace recordar las objeciones a la teoría del Eterno Retorno: hay que esperar toda una eternidad para que el eterno retorno se produzca.
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He soñado con el tiempo, con el hecho de que está pasando ahora y yo lo estoy habitando. Se veía la imagen dorada de una calle muy transcurrida, al atardecer.
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