jueves, 5 de agosto de 2010


TAUROFILIAS, TAUROFOBIAS
El debate sobre las corridas me hace recordar las famosas especulaciones de la semiótica de hace algunas décadas acerca del significante y el significado. El significante sería la corrida en sí, su representación, el espectáculo que vemos; el significado inquiriría sobre qué es lo que se está representando, qué significa lo que estamos viendo. Resulta normal que perdido lo que la fiesta significa, resultándonos inintelegible o arcaico lo que pretende escenificar, desaparecida la dimensión numinosa de las corridas, sólo veamos lo más evidente: un curiosio despliegue de estrambóticos personajes lujosamente vestidos, danzando en torno al tótem viviente que es el toro y el sangriento encarnizamiento que llevan a cabo sobre éste. Encarnizamiento que una sociedad cada vez más paralizada por el pensamiento políticamente correcto y los estereotipos, ajena al misterio y que sólo reconoce abiertamente su culto a los mitos en el ámbito cinematográfico o deportivo, ve injustificado y cruel. Las corridas son un ritual religioso devenido espectáculo.
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El ecologista no ama más al toro que el torero. Comparado con el torero, el ecologista haría bien en no querer demostrar su primacía empática con el animal, y hacer, al menos en este caso, una excepción. Comparativamente, el amor del ecologista es teórico y militante, mientras que la relación del torero con el toro es mucho más compleja y entrañable: relación que no podemos descifrar sino en términos mitológicos y mistéricos (por mucho que esto les desespere a los biempensantes y crean que es pura retórica). Entre el torero y el toro, el ecologista es un mero intruso.
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Hace años, un grupo animalista norteamericano colocó unos explosivos en un laboratorio donde se realizaban experimentos con animales. Aunque tales experimentos fueran escalofriantes, el que unos tipos pretendan volarte por los aires por su "amor a unos ratoncitos" pone sobre el tapete las derivas patológicas de estos grupos y hasta qué punto irracional se pretende llevar a cabo el asunto de los derechos de los animales por parte de unos individuos que "aman" más al animal que al hombre.
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Los abolicionistas insultan al torero llamándolo "ejecutor del toro", o sea, asesino, ya que sólo se ejecuta a personas, no a animales. ¿Tendrán inconfesables pesadillas con toreras aguerridas y tan macizas como la de la foto de arriba?

1 comentario:

José Antonio Fernández dijo...

Amigo José María:
Seguramente sea cierto que el torero ama al toro, ahora, hay amores que matan. Yo, soy toro y me busco otra pareja algo más cariñosa, vamos, sin dudarlo.
Y como ritual religioso, Abraham hubiera sido un gran torero, ahora, ¿fue buen padre?.

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