jueves, 2 de diciembre de 2010


TRATADO SOBRE LOS VAMPIROS. AUGUSTIN CALMET.

Ediciones Reino de Goneril.

Con un libro como este saltan enseguida dos opciones que vienen finalmente a converger en una sola: ¿disfrutamos del libro leyendo todo lo que nos cuenta como si fuera literatura, como si fueran cuentos de terror, o el suponer que se trata de hechos reales, tal y como el libro, originalmente, pretendió, nos lo hace todavía más sobrecogedor y lo leemos por tanto como documento histórico? El factor tiempo contribuye a la fascinante confluencia de ambas perspectivas.
Augustin Calmet (1672 - 1757) fue un monje benedictino nacido en Lorena. Publicó una obra enciclopédica sobre exégesis bíblica, fue profesor de teología y filosofía y ostentó cargos de autoridad en su orden y en varios monasterios. Pero su curiosidad le llevó a territorios tan novedosos como inquietantes. Lo que en primer lugar llama la atención en esta obra, su Tratado sobre los vampiros, es el interrogante que Calmet se plantea, expuesto en su prefacio, y que incide en una reflexión mayor sobre las peculiaridades intelectivas y sociales de la temporalidad. Calmet inicia su Tratado señalando el hecho de las diferencias de unas épocas y otras, de unos países y otros, recordando los motivos que en un momento concreto experimentan una prioridad por su novedad e influencia. Descartes impone la experimentación en el ámbito de la física; cuando Newton define la ley de la gravitación universal, el eje intelectual del mundo gravita - nunca mejor aplicado - sobre su descubrimiento; y ahora, de pronto, viene a preguntarse Calmet, ¿qué razón tienen de ser los casos de ataques de vampiros y de apariciones de muertos que sufren Hungría, Silesia y Polonia? Ese porqué ocurren estas cosas ahora y qué son en realidad, que se plantea Calmet, es no sólo la reacción naturalmente inquisitiva de un talante científico y curioso, sino que supone la ubicación histórica de una reflexión específica sobre lo extraño.
Calmet aborda el tema directamente, registrando sucesos y noticias, enfocando su reflexión desde sus conocimientos filosóficos y teológicos, pero sin que ello suponga prescindir de los casos más increíbles e insólitos. De hecho, su procedimiento no puede ser otro ni más racional: su texto es fundamentalmente, una crónica de las anécdotas y sucesos que han llegado a sus oídos y de los que ha podido informarse con cierto índice de veracidad. Calmet es precavido y cauto, pero no rechaza la realidad de lo extraño. Aconseja asegurarse de que la persona enterrada esté muerta de verdad y no en un estado de muerte aparente, prefiere explicar los sucesos a través de causas físicamente naturales, o bien, exponer que ha habido alguna confusión en la recogida de datos o en lo relatado. Llama la atención que sólo ante supuestas resurrecciones invoque a la Divinidad como única en poder realizarlo, y que otros casos los refiera sin despejar su misterio. Como buen investigador culto, Calmet se sumerge en la heterogénea bibliografía existente a su alcance, e intenta buscar precedentes a toda la fenomenología espectral en fuentes romanas, griegas, egipcias y hebreas, encontrando, efectivamente, casos semejantes, aunque sin la virulencia de los que se están produciendo en el centro y este de Europa.
El tratado vampírico de Calmet es un intento pionero en la investigación de lo inexplicable, pero es también la expresión de un paulatino cambio de mentalidades: los sombríos laberintos góticos irían a dar al fatalismo romántico. Su encanto arqueológico - leer el libro como literatura - no supone la tranquila liquidación de los datos positivos de ciertos casos que aporta, y que, en ocasiones, Calmet recoge de primera mano, de los propios testigos, conocidos suyos, como nobles y clérigos, aunque también explore el contenido de leyendas o creencias antiguas, buscando un marco cultural mayor que ampare o justifique algunos de los hechos extraordinarios. A partir de este magma de mitos y hechos increíbles supuestamente acontecidos, uno puede establecer correspondencias con investigaciones, tendencias o fenómenos parecidos en la actualidad. Por ejemplo, la idea defendida por los pocos espiritistas que todavía quedan, de que tras la muerte del individuo, el alma permanece un tiempo junto al cuerpo, se remonta a Platón y a Demócrito. Calmet recoge en su libro algún caso de los hoy comúnmente denominados "poltergeist" por los parapsicólogos, con ruidos y arrojamiento de piedras y otros objetos en torno a casas o individuos concretos, así como casos de bilocación: la presencia de una persona en dos sitios al mismo tiempo. También son numerosos los avistamientos a plena luz del día, de personas fallecidas días o semanas antes. Calmet cita casos de este tipo localizados en la antigüedad griega.
Lo dicho. Lo cautivador de un libro como este es que podemos disfrutarlo doblemente. El comprobar que hechos extraños producidos hace cientos de años guarden una semejanza, cuando no, un paralelismo indiscutible con los que presuntamente se producen actualmente, establece la inquietante correspondencia de un misterio persistente que sufre la oscilación difuminadora de las interpretaciones confusas u opuestas, y por otra parte, la explotación esotérico-periodística. ¿No hay nada nuevo bajo el sol? Probablemente. La cuestión es que no conocemos todavía qué es o en qué consiste lo que no es nuevo pero que está ahí desde el inicio de los siglos.

1 comentario:

José Antonio Fernández dijo...

Tenemos el don de querer buscar explicaciones ante lo desconocido. Algunas, totalmente peregrinas.
Por cierto, en algún sitio leí que nada más morir, el cuerpo pierde no sé cuantos gramos. Una explicación que se le da al fenómeno es que se trata del alma.
Explicaciones para todo.
Es que la ignorancia es muy mala.

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