jueves, 9 de diciembre de 2010


UN EXPERIMENTO CON EL TIEMPO.
J.W. DUNNE
Se dice que, a veces, la poesía no se encuentra en la poesía, sino que surge de otros campos del saber, de la naturaleza, o del hacer humano; del mismo modo, Dunne, sin ser filósofo plantea - obliga a plantear - con su libro Un experimento con el tiempo, una revisión sorpresiva de nuestro concepto de tiempo, utilizando la naturaleza temporalmente multidimensional del sueño como punto de partida e inspiración de una exposición impecablemente lógica. La primera noticia sobre la existencia del libro la obtuve, naturalmente, a través de la reseña que Borges hizo en su tiempo (Inquisiciones), y digo naturalmente porque me parece que fue Borges quien llamó la atención en el mundo de habla hispana sobre tan notorio "experimento". Si Borges escribió sobre el libro, no tiene que ser moco de pavo el asunto, me dije. Salvo un par de artículos que se enfrentan al tema de modo más o menos adecuado, las críticas del libro que podido encontrar en la red - porque publicadas no conozco ninguna - son superficiales o denotan escasa implicación del informante. Desconocía que hubiera edición española. Al saberlo, me apresuré a comprar la obra, picado por la curiosidad y por aquellos elogios borgianos. Me pareció chocante la faja publicitaria que envolvía el volumen con una recomendación de Javier Sierra (¡) porque desde luego el libro no tiene nada que ver con esoterismos ni con literatura ocultista y para este tipo de lectores la obra puede resultar más un escollo que una grata evasión.
Dunne fue ingeniero aeronáutico y uno de los primeros diseñadores de aviones militares, aparatos que fueron utilizados en la Primera Guerra Mundial, un verdadero hijo del imperio británico. Un buen día empieza a tener sueños que se cumplen después en la vigilia. Dunne, atónito ante las características, cantidad y precisión de tales sueños, se dice: yo no tengo facultades extraordinarias ni las busco, pero compruebo que sueños que estoy teniendo se cumplen posteriormente en la realidad, luego, si esto es cierto, algún tipo de excepcional y fugitiva anomalía en el mecanismo del universo se está produciendo y de la cual soy testigo ocasional. De ahí Dunne deduce que el hecho de que el futuro se haga visible antes de que realmente se produzca, quizá, no sea algo extraño sino "normal" y que la posibilidad de que cada uno de nosotros lo capte es más habitual de lo que se reconoce. Y que sea en el medio onírico donde el futuro "se revele", es decir, que sea en la naturaleza del sueño donde sea posible avistar, más que el desmantelamiento de nuestro concepto lineal de tiempo, la confluencia del pasado y del futuro, da a Dunne la clave de cómo pensar una dinámica no sucesiva de tiempo e iniciar su investigación.
Dunne postula un concepto serial de tiempo: los flujos temporales que son las vidas de los sujetos integran un concepto mayor de tiempo, del cual serían ramificaciones individuales y autónomas. Para ello, utiliza una elocuente imagen metafórica. Un músico que interprete una partitura musical, o alguien que lea un libro, no lo harán sino de un modo lineal y continuo de izquierda a derecha. No leerán o interpretarán dos líneas o párrafos al mismo tiempo, ni lo harán al revés, de derecha a izquierda hasta llegar al principio de la partitura o del libro, que entonces se convertirían en el final de la obra. Ese orden de la lectura o de la interpretación musical representa la marcha habitual del tiempo en nuestra vida, la línea sucesiva que construye el pasado y el presente, y supone el futuro. Un observador externo que examinara la actividad del lector-intérprete se vería libre de tal articulación unidireccional al no estar sometido a las condiciones del observado y por las que discurre su (la) existencia. Ese observador externo simbolizaría la autoconciencia. Y Dunne afirma que podemos participar de ese observador, ser nosotros tal observador, vislumbrar nuestro pasado y nuestro futuro y que la muerte es sólo la sutura, el fenómeno que define la serie temporal. El conjunto de observadores que pueden surgir - quién observa al observador externo que nos observa a nosotros - es lo que se utilizado para criticar a Dunne. Borges cree que Dunne comete el error de espacializar el tiempo, aunque no esconde su asombro ante los posteriores desarrollos de la teoría dunniana. Dunne, a quien no se le escapa ninguna de estas objeciones, dice que hipostasiar el tiempo quizá no sea sino la vía más adecuada para hacernos una idea de la multiplicidad del tiempo. Aunque la temática que el libro despliega y pretende dilucidar termine pareciendo ciencia-ficción, hay que reconocer el rigor metodológico que Dunne utiliza: la limitación al desarrollo lógico de las hipótesis presentadas y la ausencia de toda divagación fuera de tales hipótesis. Para hacer más inteligibles las distintas suposiciones y con una tenaz imaginación científica, Dunne emplea gran cantidad de diagramas y dibujos. La geometrización de los flujos temporales no intenta sino buscar la simplificación explicativa, que la fórmula gráfica ayude a la comprensión de la exposición teórica. Es en esta parte del libro, precisamente, la más esquemática, donde me he perdido un poco (un poco bastante). Pero, lo dicho. Es notable que Dunne no teorice alegremente e intente de forma matemática cursar cada uno de sus pasos.
Creo que la clave para ceñir el libro de Dunne no radica tanto en la comprensión de conceptos abstractos como en saberse ubicar en la compleja dinámica de las perspectivas temporales - los hipotéticos observadores (u observaciones) englobados por otros (y por otras observaciones) - que enhebran su poliédrica teoría del tiempo. Cuando esto se logra, sea ayudándose de los dibujos o de alguna luminosa distracción, se articulan los circuitos y surge la sorpresa, ya que nos sería difícil , en último término, deslindar si hemos tenido una súbita revelación o si a lo que asistimos es a una elaborada creación estética. No olvidemos que, a fin de cuentas, todo esto no es más que "un experimento".
Aunque Dunne parezca absolutizar el tiempo convirtiéndolo en una máquina de desplazamientos inauditos, los asertos de su libro no son vislumbramientos fácilmente desechables. Dunne no explica el misterio del tiempo, ni acaso su funcionamiento, pero la teoría que desmadeja es tan seductora como estimulante, ofreciendo, hay que decirlo con toda la incredulidad por delante, cierto grado de esperanza a la trascendencia. En realidad su teoría no se halla lejos de ciertas visones místicas - la omnisciencia o unidad de la temporalidad vivida - aunque, francamente, no creo que fuera su intención trazar analogías semejantes.
El libro de Dunne expone una teoría del tiempo a veces excesivamente brillante, atrevida, fantástica, pero incontestable dentro del marco teórico en el que se presenta. Otra cosa es lo que esta teoría pueda humanamente implicar, tarea ya ajena a Dunne, pero propia de teólogos, metafísicos o taumaturgos.

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