Observo un retrato del fascinante rostro de Louise
Brooks, la actriz de cine mudo que por
la forma de su peinado, tan característico, era llamada “la chica del casco”. Reparo en que murió en
1985 y que su cuerpo fue incinerado. Me detengo en este detalle fulminante y
una fascinación lúgubre me lleva. Superponer
el rostro de Louise a la imagen de una urna es una operación absurda de
sustituciones. ¿Cómo es posible que este
rostro tan perfecto y soberano se haya diluido en la nada, que de semejante
belleza, de este magnetismo no quede nada? Tenía razón Poe al decir que no hay
mayor motivo poético que la muerte de una mujer bella.
Pero yo no siento sólo melancolía sino rabia ante lo
desconcertante. Dan ganas de increpar a todas las divinidades alzando el puño,
amenazar con derribar todos sus sordos pedestales.
Me detengo un momento y pienso en una película que
he visto de ella recientemente. Me digo que es allí, en la película, como mejor
puedo imaginarla duraderamente. No como meramente mejor puedo y podemos
recordarla, sino que en la atemporalidad de la representación estética es donde
más óptimamente puedo pensar su eternidad, en donde mejor puedo hallar una
metáfora de esa eternidad. Es entonces, recordando escenas de la película, que
puedo también libremente visionar, cuando me doy cuenta del matiz: esas
imágenes son anteriores y posteriores
a su desaparición, por lo tanto la naturaleza de esas imágenes se vincula a lo
eterno, están fuera de este mundo,
como diría Wittgenstein.
Las imágenes de la película de Louise Brooks, en las
que la veo a ella sonreír, bailar, llorar, pintarse los labios, me están
diciendo que todo ello subsiste a pesar de que los actores, el escenario y
Louise Brooks ya no estén. Pensar a Louis Brooks, hacerla
regresar al presente de la tierra sería un error, significaría volver a hacerla
mortal. Tengo físicamente que olvidarla para que no muera, contentarme con
verla en la película. Es ahí donde
vive. La bella Louise Brooks no se arregla el vestido y saluda desde un
supuesto y melancólico pasado, sino que lo está haciendo ahora, delante de mí;
y es en la órbita de ese ahora que Louise Brooks no muere ni puede morir, (como
no sea ficticiamente). ¿Soy capaz de imaginar tal pureza, es esa pureza en lo
que me tengo que basar para imaginar un espacio a la esperanza?
No hay comentarios:
Publicar un comentario