viernes, 4 de agosto de 2017

LECTURAS NO, PRECISAMENTE, DE VERANO



 
HUGO BALL.
La huida del tiempo
 
 
 
Confieso que tenía un concepto paupérrimo de Hugo Ball. Creía que había sido un dadaísta gamberrete de la época, que se había dedicado a disfrazarse de una versión del hombre de hojalata, previa a la fílmica de El mago de Oz. Pero para nada. Hugo Ball que fue líder dadaísta, y poeta, es sobre todo un agudo analista de las transiciones sociales y estéticas que experimentó Europa tras la Primera Guerra Mundial y un personaje crucial de las vanguardias artísticas.  La formación filosófica del autor se nota bastante en las vibrantes páginas de este diario intelectual, en las que plasma una lúcida reflexión, tajante, rápida y aderezada por chispas de humor dadaísta, del hervidero revolucionario que suponía el horizonte europeo previo al estallido de la segunda guerra mundial. Hugo Ball nos habla de los nuevos pintores y escritores, de los comunistas, de los anarquistas, del espíritu alemán, de los idearios libertarios y la historia antigua de la Iglesia, de las sesiones dadaístas, de Herman Hesse, de Tolstoi, de Plotino, de Kokoschka, de Tristán Tzara, del marqués de Sade, nos cuenta, también, sus sueños... Un documento sorpresivamente excepcional, lleno de observaciones curiosas e interesantes sobre uno de los momentos más explosivos de la historia occidental de las letras y del arte.
 
 
 
 
 Wallace Stevens
AFORISMOS COMPLETOS
 
 
 
La poesía no es algo extraño a la realidad ni meramente, una versión mejorada de la misma. La poesía exalta vitalmente al individuo y no deja nunca de atañer a la realidad. El campo de experiencia de la poesía es la realidad y esta se transforma en la medida en que la poesía nos la revela múltiple y distinta, en evolución metamórfica. Todos los aforismos reunidos aquí del discípulo americano de Mallarmé tratan, concéntricamente,sobre esta cuestión. Posiblemente, Stevens combatió de este modo el calificativo de "poesía pura" que podría cernirse, peligrosamente, sobre su concepto de poesía. Si poesía y realidad son una convergencia, elimino servidumbres temáticas y conjeturas antagónicas y confirmo un misterio creativo. Lo que me atañe es la poesía la que lo puede expresar del modo más elocuente.  El contexto de la poesía es lo que ocurre en la realidad, por eso poesía y realidad no pueden maniqueamente dividirse.
 
 
 
 
 
 
 
Héctor Berlioz
MEMORIAS
 
 
 
A veces ocurre que un libro, por razones varias que no has previsto, "te entra", es decir, te pones a leerlo sin esfuerzo, te gusta tanto que no te paras a reflexionar sobre lo que has leído sino que quieres más y más texto, y cuando decides hacer una pausa, te das cuenta de que te has zampado más de la mitad o te falta poco para acabarlo. Algo así me ha ocurrido con este engañosamente aparatoso volumen, las memorias del compositor romántico francés Héctor Berlioz.
Berlioz es un escritor nada desdeñable. Si lo que pretendió con estas memorias fue la de enganchar al lector al tiempo que llevar a cabo una entretenida ilustración de la sociedad y el mundo de las artes de su época, hay que confirmar que lo consigue. El "estilo" de Berlioz se revela eficaz, rápido y bien adjetivado, sin demoras ni elucubraciones de más, y sobre todo vinculado a anécdotas, personajes y escenarios muy concretos, lo que se traduce en una facilidad de imágenes y sucesos que fluyen con facilidad en la imaginación lectora.
Solemos tener del barroco y también del romanticismo musical, un concepto exquisito. Una de las cosas que llama la atención de estas memorias al respecto, es que nos recuerde que "en todas partes cuecen habas", es decir, que, independientemente, de las mejores cualidades con las que creemos definir el espíritu de una época, las incidencias más prosaicas e incluso groseras e insólitas, se han producido también en tales hitos sociales que interpretamos excepcionales por sus dotes para la creación del gran arte. Berlioz nos habla de las durezas de su formación musical, de su lucha contra su familia para hacerse respetar como músico, profesión despreciada como profesión por los burgueses más aristocráticos de entonces; de la rivalidad entre los compositores más conocidos del momento y de cómo él mismo se sumó con fiereza a tal competitividad, de las pintorescas costumbres del público decimonónico amante de la ópera, de las reacciones salvajes de la gente ante los espectáculos musicales que parecían convertir, a veces, en una suerte de  autoexpurgante o lenitivo de sus instintos animales.
Berlioz insiste, y nos lo describe con transparencia, en su lucha contra la masa amorfa de los sonidos, en cómo el arte consiste, precisamente, en darle harmonía y forma al conjunto en bruto de los sonidos, tarea obsesiva pero al final, gloriosamente compensatoria.
Temperamento luchador y melancólico, Berlioz, a mi parecer, no tiene la genialidad que tuvieron otras figuras del romanticismo musical, como Chopin o Lizst, pero produjo obras de notable envergadura, como su Réquiem. Su testimonio se lee con gusto y se viaja con singular claridad a una época repleta de pasiones y complejidades interiores, como fue la del Romanticismo.   
 
 
    
 

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