viernes, 15 de septiembre de 2017

DEFINITIVO ADIÓS A RADIO LUZ



Vinculamos nuestros recuerdos, naturalmente, a personas, pero también a lugares, a espacios específicos, a las casas en las que hemos vivido, a los locales donde hemos trabajado, etcétera. Cuando tales sitios, cuando tales lugares dejan de existir físicamente, porque nuestra antigua casa o donde trabajábamos, han sido derruidos, el recuerdo se agarra al recuerdo de tales lugares. Es decir, el recuerdo experimenta un doble repliegue: al no existir el edificio físico que invoque el recuerdo de nuestras experiencias vividas allí, tiene ahora que realizar la operación de sumirse en la pura potencia de la memoria sin ya conexión  identificable con realidades exteriores. Estas reflexiones han atravesado mi cabeza esta tarde, veteadas de cierta amargura que he tenido que controlar porque amenazaba con herirme mucho más de lo necesario, al contemplar el vacío, sembrado de esquirlas y ruinosos restos, a que ha quedado reducido el edificio donde se ubicaba el veterano negocio paterno y las casas de un par de tías abuelas.

Radio Luz echó a caminar entre finales de los años veinte y principios de los treinta. Al principio consistió en un comercio que vendía vajillas, lámparas y demás objetos de interiorismo, antes de convertirse, definitivamente, una década y pico después, en tienda de electrodomésticos. Radio Luz fue, en lo suyo, un negocio pionero e histórico en Orihuela. Entre los años sesenta y setenta fue la vanguardia del mundo eléctrico en la ciudad. Vendía tanto discos como bombillas, lavadoras y frigoríficos como radios, altavoces o focos. Las instalaciones eléctricas modernas de Santa Justa, la catedral, el seminario o el casino las colocó esta empresa, así como también la iluminación del polideportivo, a fines de los setenta.

Arriba, en el primer piso vivía Doña Pilar, gran amiga, zaragozana e irónica, en el segundo nuestra indescriptible tía abuela Isabelita, y en el tercero, la tía Conchita, la alegre prima de la anterior.

En fin, ¿dónde queda todo esto ahora? Si reparamos en Platón, ¿puede uno esperanzarse pensando que sus arquetipos ideales residen ahora en algún recoveco de la memoria universal, o hay que resignarse a que sólo tendrán vida en los recuerdos personales? Ayer, al pasar ante las ruinas, pensé en Heráclito: la vida es un flujo de mutaciones. Nada persiste, todo cambia. Este pensamiento antes me fascinaba, ahora, al verlo aplicado a una realidad personal me hacía menos gracia, me parecía cruel y aniquilante.

Esta tarde, al llegar a casa y echar un vistazo a fotos en las que aparecen las personas que vivieron en el edificio y las que trabajaron en el negocio de mi padre, esta vez sin acordarme de Heráclito, he pensado: ¿qué tipo de realidad es la que manifiestan estas imágenes antiguas, una realidad destinada, ineludiblemente, a desaparecer, o, de algún recóndito modo, esa realidad que todos ellos vivieron no se ha extinguido y vive de una forma que no podría sino llamar misteriosa en un lugar que nos es imposible señalar geográficamente?



Vista frontal, donde se radicaba Radio Luz.




Casa de Doña Pilar. Cómo persisten esos azulejos que tienen ochenta años.
 
 

Pobre calle San Juan


 

Discreto decorado vagamente modernista en casa de mi tía Isabelita





Ubicación de las cocinas



Vista trasera, donde estaba la entrada a las viviendas y a la trastienda y despachos de Radio Luz.


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Después de hacer las fotos anteriores, me he encontrado, en una calle vecina, con este gatico en apuros, que por un lado me ha consolado ligeramente de mis pensamientos anteriores y me ha hecho recordar que la vida ofrece, junto a las circunstancias de uno, espacios anexos e interminables, llenos de peripecias.  

 
 
 
 

 

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