lunes, 27 de abril de 2020

LA ILUSTRE CONFINADA




Navegando por internet, en algún sitio me había topado con esta foto de aire enigmático. Precisamente lo enigmático radicaba, para mí, en la localización del cuándo se hizo la foto, más que en la averiguación del personaje retratado. Parecía una foto antigua, pero ese aire tan sofisticado de la puesta en escena, me desorientaba. Por decirlo de alguna manera: la imagen parece demasiado consciente de sí misma. La supuesta modelo posa con una determinación, precisión y una exquisitez tal que no parece un mero retrato antiguo, donde estas características no son tan expresamente frecuentes. La imagen ostenta una lucidez estética tan redonda que llegué a suponer que era una fotografía actual, simulando ser una antigua, es decir, una recreación. Cuando logré identificar la fotografía, todas las incógnitas se despejaron y creció ante mí otro misterio: el de la condesa de Castiglione.
Esta mujer, cuando dejó de ejercer toda función política o social,  se retiró, solemnemente, a sus aposentos, tal y como dice el lugar común, pero lo que ya no es tan común es al obsesivo ejercicio de narcisismo a que se entregó durante décadas junto con su fotógrafo privado. Al parecer hay centenares, cerca de 700 imágenes de la turbadora condesa, en las más variadas poses, posturas y atavíos. Observando las fotos y la laxa gestualidad que las atraviesa con la condesa envuelta en armiños, sedas, corpiños y ropajes varios, y deteniéndonos en cómo nos observa ella a nosotros con esa mirada veladamente temible, uno piensa que lo que se despliega aquí no es meramente el resultado de un pasatiempo, sino una suerte de especulativa puesta en escena del propio yo de la condesa. Esta, cuando advirtió un obstáculo entre ella y el exterior de sus palacios, cuando comprobó que la habían retirado de la vida social, se dedicó a estudiarse a sí misma, segura de que su propia persona, se convertiría en el más suculento espectáculo psicológico que el confinamiento, ante su presunta locura, le iba a procurar con recóndita generosidad.
La condesa, en estas fotografías, se ausculta a sí misma, se investiga de soslayo o totalmente de frente, amenaza a sus observadores, se disfraza de sí misma por medio de todos las prendas posibles o existentes en sus armarios, adopta poses místicas, se sume en la decadencia o juega al gato y al ratón con su fotógrafo y con nosotros que la observamos cientos de años después.
Si está loca, ella lo sabe perfectamente y nos invita a que entremos en el juego teatral de esa locura que al exhibirse, se afirma y se niega a sí misma.
Al parecer, la condesa de Castiglione, pensaba en hacer públicas sus fotos en la Exposición Universal de 1900, pero falleció un año antes. Menudo atrevimiento y engorro para los colegas aristócratas hubiera sido.
Por su audacia, por su insólita auto-exposición a lo largo del tiempo, por esa suerte de psico-drama que supone el conjunto de sus imágenes, las fotografías de la Castiglione superan el encasillamiento de mera rareza y vienen a sustituir al libro que la condesa hubiera escrito sobre las incidencias personales de su sutil confinamiento.    


1 comentario:

Blanca Andreu dijo...

Es curioso: cuando he visto la foto, antes de leer lo que has escrito, he sentido aversión. Me ha dado la impresión de que se trataba de una mujer fría y encastillada. Al leer tu texto he comprendido porqué. El narcisismo es frío como el agua abisal.

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