martes, 26 de mayo de 2020

COMO UN DIARIO II




Acabo de comprar el libro de poemas Las moras agraces de Carmen Jodra. Confieso que he adquirido el libro por cierto interés morbosillo, (la poeta falleció el año pasado, con 39 años)  mezclado a las buenas críticas que  he encontrado, destacando que una autora joven utilizara la métrica exclusivamente en su primer poemario importante. pero, no obstante, no  he comprado el libro para comprobar qué llegó a escribir con apenas 18 años,- yo, a esa edad, ya había establecido mi pléyade particular de autores preferidos que siguen siendo los que más me han influenciado y me siguen gustando – sino con la intención de hacer algo más retorcido y melancólico: qué pequeño universo gira en el limbo de las letras al quedarse huérfano de autoría, qué vinculaciones simbólicas provocadas por alguien que ya no está, se desflecan en la noche de los tiempos, qué rasgos de una personalidad ahora arrebatada por la muerte, podemos rastrear y encontrar en esta urdimbre de palabras que dejan de estar a la deriva en cuanto alguien las lee. He llegado a la mitad del libro y confirmo el tono elogioso de la crítica, aunque sin alcanzar el entusiasmo, que podría depender de un solo poema al que todavía no he llegado en mi lectura o por una mera imagen que se halle en otro lugar del poemario. Hay un poema que, teniendo en cuenta las circunstancias que me han llevado a esta autora, me ha impactado, el titulado Pos-mortem, poema en el que dice con mucha gracia y creo, acierto, que la vida en el otro lado debe ser como una fiesta gay, es decir, algo encantador a la par que tranquilo, entrañable y nada trágico. En esa fiesta gay debe de moverse nuestra poeta, como una de las últimas y más inesperadas invitadas.




En su diario florentino, Rilke nos habla de una visión que tuvo. Una mañana al asomarse al balcón de donde residía, ve a un religioso, perteneciente a la orden de los Hermanos Negros de la Misericordia, acercarse a una puerta a pedir limosna. Esos religiosos llevan un hábito negro y una suerte de máscara que les tapa la cara. El religioso en cuestión, se para un momento, antes de tocar en la puerta y al poeta esta detención, en medio de la plaza solitaria,  le produce un estado especial de percepción de la realidad. La figura oscura del religioso alucina a Rilke, pero no es exclusivamente por lo raro que parece tal figura: es la realidad misma como receptáculo espacial, digamos, la que en ese momento altera su naturaleza, convirtiéndose en escenario de metamorfosis. La vida, – dice Rilke – en toda su serena apariencia festiva, me parecía en aquel momento como un vasto marco en el que todo tenía cabida. Si hubiera pasado un dragón echando fuego, a Rilke lo hubiera admitido como algo normal, como lo imposible dentro de lo posible. La experiencia de Rilke tiene algo de numinosa, típica de un vidente. Pero es también y sobre todo la típica de una naturaleza especialísima, la de un poeta con mayúsculas. Es más, solo un poeta podría haber sentido que la realidad entera, momentáneamente, adquiriera el carácter de algo fantástico y por el otro lado, perfectamente posible. Una visión harmónica, a pesar de la figura sombría del religioso mendicante. Esta experiencia, este sentir la realidad manifestándose, hubiera sido tachada como típicamente surrealista y mística, por los vanguardistas del momento. Aquí no es tanto el orden de los acontecimientos, el número de hechos,  sino la peculiar calidad de lo percibido, lo que cuenta.


Estos días, ante el montón de libros olvidables de los que me tengo que deshacer y ante textos propios escritos en otras décadas, me estoy acordando de lo que decía Alejandra Pizarnik, de su queja: “He dedicado toda mi vida a la poesía y ahora, a la gente le importa un pimiento la poesía….”  


Con tanta demora vital, voy a serme póstumo.


Alguien que estaba vivo, de pronto, está muerto. Esto, este cambio social, repentino, súbito, psicológico, metafísico, total, definitivo es lo que me desasosiega, lo que me incomoda y me fascina también. Este escaparse el sujeto que tenías delante hacia un confín ya inalcanzable para siempre.  


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